Espíritu arrogante

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, preparados para el debate.
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, preparados para el debate.
Reuters

Una campaña electoral -como casi todas las cosas importantes- es una tarea de equipo.

 Aunque sea el candidato quien da la cara, detrás, o al lado, tiene a personas que le ayudan. Pueden ser compañeros de partido, tener o no cargos en la Administración, o puede tratarse de profesionales o empresas independientes, que contratan su trabajo a quien les pague, pero nunca faltan en la política moderna: son los asesores. Así que no es extraño que de los asesores de Sánchez y Feijóo se haya hablado después del debate que enfrentó a ambos, responsabilizándolos en parte del fracaso del uno y del éxito, relativo, del otro. Ayer, Charo Zarzalejos nos decía que «los asesores dibujan discursos, organizan fichas, recopilan hemeroteca y aconsejan cómo moverse e incluso sugieren el color de la corbata». Y el jueves, Pilar Cernuda señalaba que en España hay grandes profesionales en esta área, pero que tampoco faltan los santones «cantamañanas», «recién llegados sin apenas oficio ni beneficio». Organizar una campaña electoral, por otra parte, tampoco puede ser una ciencia exacta, y Zarzalejos también advertía que «los asesores pueden lo que pueden y llegan a donde llegan», porque «el temperamento, la forma de ser y de estar en política no se improvisan». Es decir, que si las cosas salen mal, no hay que echarle toda la culpa al asesor. En el caso del presidente en el debate, José Javier Rueda escribía que «sus asesores le imploraron que dejase de interrumpir a Núñez Feijóo», porque parecía «el típico niño impertinente»; a pesar de los consejos, le salía espontáneamente «su individualismo y su narcisismo». Ya dijo Umberto Eco que el diablo está en la arrogancia del espíritu.

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