Naturaleza sobrepasada

Naturaleza sobrepasada
Naturaleza sobrepasada
A. Donello

Contiene el aliento. Bien sabe por qué. Todos los años, cuando los calores aprietan llega la desmesura. No importa el día, pero hay unos que tensionan más que otros. Cada año sucede pero algunos la dejan exhausta. Este casi seguro. 

Tanto tiempo con jornadas complicadas en las que las desordenadas temperaturas la confundieron, las exiguas lluvias y los calores le secaron las células y los suelos, los pájaros cantaban a deshora, casi desaparecieron musgos y líquenes, las cigarras canturrearon antes de tiempo y los silencios presagiaban momentos difíciles. Todo el conjunto del ecosistema añoraba la antigua y rítmica lentitud de la vida, como Eduardo Viñuales y Severino Pallaruelo cuentan con afectiva delicadeza y pausas evocadoras.

Pero la nueva época ya está aquí. Con una belleza diferente, entre confundida y desordenada; se viste casi con un poco de pudor por no estar a la altura que se le supone. El calor no cesa, cuesta adaptarse a tamaña sequía. La belleza natural se desdibuja, más expuesta a las visitas. Le cuesta sentirse sublime, le falta algo. Lo nota en que el forastero, más si es ocasional, pone cara de haber perdido la capacidad de asombro. ¿Olvidó el antiguo respeto, o no encuentra la serenidad idealizada que sintió con las pasadas llamadas?

Llega el verano, tiembla la naturaleza desde el Aneto hasta el sur infinito de las montañas ibéricas

No faltan invitados en busca de una idílica estancia. Algunos se encuentran sumidos en una incómoda presencia; algo falta o sobra. Los lugares naturales se desnaturalizan y pasan a convertirse en refugios frente al calor o los ruidos. Los abrigos están muy transitados. Ahora vende mucho lo bello y los urbanitas huyen de sus ciudades para liberarse de las rutinarias incomodidades. Lo cotidiano es a menudo una tarea de resistencia acumulativa, por eso se busca la naturaleza, más libre. Pero cada vez lo es menos pues crecen los visitantes. Casi hay que instalar pasos de cebra y semáforos en enclaves muy publicitados. Tantas miradas simultáneas trastocaron su primitiva hermosura, tantas pisadas acumuladas por gente que pasa por ahí sin disfrutar de estar allí cambiaron su belleza. Algunos foráneos se buscaban a sí mismos en soledad; a duras penas pueden reconocer los cánones estéticos o emocionales que los llevaron hasta ese lugar, que era bello y singular -otra parte de belleza- y dejó de serlo. ¿Perderá valor la defensa sublime, lo que el mundo natural es en sí mismo?

Cunde el concepto entre mucha gente de que la naturaleza es algo así como un museo de lo verde o una pinacoteca; cada cual la interpreta a su modo. Ese escenario multidiverso no es un supermercado de lo bello o sublime. Es cambiante, inabarcable, multiforme, con infinidad de estilos que se complementan o compiten; una construcción singular y siempre transformándose en el espacio tiempo. La naturaleza es arte. Alguien dijo de ella que lo es todo menos naturalista, puesto que en la observación se mezcla la realidad más precisa con la fantasía más insólita de quien la mira; diferente en cada estancia.

Voltaire se empeñó en dialogar con la naturaleza y aprender sus sinfonías. El hombre actual sostiene que todas las interacciones deben acompasarse a su ajetreada vida; máxime en el acelerado verano. Un síntoma de prejuicio sobrepasado.

Quién sabe cómo se portarán con ella los incendios

Ahora el espacio natural se reduce en tamaño, pierde una parte de sus cualidades. El tiempo exprés deja a la intemperie a muchos lugares antes idílicos, sometidos a unos compases que no pueden seguir; el dinero está por medio. Quienes nos sentimos sus deudores vamos a su encuentro, o ella se acerca a nosotros; nunca se sabe bien. Habría que pensar en recíprocas compensaciones. Porque siempre le debemos algo, en gran parte -o como mínimo- respeto.

Llega el verano, tiembla la naturaleza desde el Aneto hasta el sur infinito de las montañas ibéricas. Quién sabe cómo se portarán con ella los incendios, si resistirán especies a la muerte casi total. De lo que no cabe duda es que sufrirá bastante, porque allí donde las llamas no lleguen la consumirán demasiadas personas que ni siquiera encuentran la belleza en dejarla tranquila, en parecidas condiciones en las que la vieron por primera vez. Hace tiempo que la naturaleza, en su dimensión global, se vio sobrepasada por las circunstancias antrópicas, que le hurtaron el ritmo lento de la vida. Le espera un incierto verano. Nos necesitará.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Carmelo Marcén)

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