La muerte de Rafael de Valenzuela

La muerte de Rafael de Valenzuela
La muerte de Rafael de Valenzuela
Lola García

En 1923, la política española estaba descompuesta y el Ejército con ella. Los militares estaban enfrentados con encono. España guerreaba en África y en 1921 había soportado el país, a un tiempo estupefacto e indignado, un duro castigo en el Rif, parte montañosa del protectorado español en Marruecos. El ‘Desastre de Annual’ llegó a los veintitrés años del ‘Desastre’ por antonomasia, el de 1898, en Cuba y Filipinas, debido a la naciente voracidad imperial de los EE. UU.

Resurgía el espectro de un nuevo y sangriento fracaso nacional. Miles y miles de muertos y heridos, corrupción económica, mandos incompetentes y el pasmoso heroísmo, voluntario o no, de tantos soldados y oficiales que perdieron la vida; a veces, unidades enteras, como el Regimiento de Alcántara, conscientes de que así salvaban las de camaradas cuya retirada se protegía con un valor indescriptible, en una guerra donde la crueldad fue espeluznante. Hay muchos testimonios documentales, literarios y gráficos de aquellos años tremendos para tantas familias que tenían a sus hombres en el frente.

Esta guerra daría fama y fuerza al general Miguel Primo de Rivera, que logró su conclusión, lo que llenó el país de agradecimientos al militar, si bien su fracaso político -no supo gobernar- acarreó la caída de Alfonso XIII, que había puesto a España en manos de un dictador.

Tras el desastre de 1921, el Ejército, si bien mejor mandado y pertrechado, padece las discordias políticas y militares. Esas disputas no son gratuitas, pero a menudo resultan insensatas e inoportunas. El Protectorado ¿debe ser más bien asunto sujeto a las necesidades de las tropas que lo defienden o un empeño ideal y pacifista? ¿Han de reducirse los premios a los oficiales que guerrean en África o deben preferirse -como exigen los llamados ‘junteros’- criterios de antigüedad y cualificación? Se han hecho cuentas interesantes: solo entre 1909 y 1913, hubo más de mil quinientos ascensos por méritos de guerra y ciento treinta mil condecoraciones a los ‘africanistas’.

En silencio han dejado las instituciones el centenario (5 de junio de 1923) de la muerte del aragonés Rafael de Valenzuela, en un hecho heroico durante la guerra en África

Valenzuela

En 1923 se conviene que deben recuperarse las posiciones perdidas, pues, de lo contrario, habrá más retiradas y mucha sangre. Pero sin ocupar más tierras.

Se traza una operación bien ideada. Una columna amagará para atraer fuerzas rifeñas. Otras cuatro irán a abastecer a los puestos que cubren, como un rosario, la divisoria de aguas del río Kert. La punta de lanza la manda el coronel Gómez Morato (luego azañista; y masón, según J. A. Ferrer Benimeli. Morirá en Valencia, en 1952). Una columna a su derecha y dos a su izquierda protegen al gran convoy de pertrechos, muchos de ellos a lomos de mulo.

La fuerza de choque son dos tabores de tropas regulares moras y dos banderas (batallones) legionarios. La Legión (se llama aún Tercio de Extranjeros) solo tiene tres años de historia (1920), pero ya es famosa. Su creador, Millán Astray, ha sido relevado y le ha sucedido el zaragozano Rafael de Valenzuela, hasta ese día jefe de Regulares. Conoce bien África, pero no es ‘africanista’, porque no está allí para hacer carrera en la guerra. No lo necesita. Solo cumple las órdenes que recibe, como ha hecho siempre. Lleva pocos meses al mando de esta joven fuerza de choque que combate de forma casi enloquecida, sujeta a un rígido código inspirado en el bushido japonés, que su fundador conoció en Filipinas.

La columna sale de noche hacia Tizzi Azza. Valenzuela, a las 7, avanza por una barrancada que baja desde Peña Tahuarda a Iguemiren, poblado en una hondonada en la que confluyen varios barrancos que bajan de las lomas, donde hay dos mil rifeños en posición ventajosa, al abrigo de trincheras, parapetos y cuevas, pues han ido adoptando las tácticas europeas de combate. Los aguerridos regulares cargan a la bayoneta, pero caen por docenas

La operación entera puede fracasar. Morato ordena al cornetín un toque de paso de ataque (carga) para toda la columna. La desventaja es obvia para Valenzuela, por ser el más próximo a Iguemiren, pero ordena a su cornetín que repita el toque para los legionarios. Pistola en mano, carga el primero y cae acribillado por cinco disparos, uno de ellos en la cabeza. Era lo previsible. Caen también los veinte hombres de su escolta y varios sanitarios que pretenden rescatar su cadáver. Habrán de pasar dos días para recuperarlo.

Fue recibido con honores en Málaga y Madrid. En Zaragoza lo acompañaron en silencio 40.000 paisanos. Por notable y merecida excepción, yace su cuerpo acribillado en la cripta del Pilar.

Valiente, competente y discreto, el día 5 hizo cien años de su sacrificio, tras el que las tropas españolas alcanzaron su objetivo, pues los rifeños no resistieron el embate. Las vidas perdidas salvaron muchas más. Su quinto hijo, la niña póstuma Victoria Eugenia, fue apadrinada por los reyes.

No puede decirse que el siglo de su muerte se haya conmemorado bien en Zaragoza.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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