Por
  • Julio José Ordovás

Menú happy

Un establecimiento McDonald's en Tokyo.
Menú happy
REUTERS/Stringer

La otra noche vi a Cioran en un McDonald’s. Estaba comiéndose una doble cuarto de libra con queso y unos nuggets con salsa barbacoa. Comer en el McDonald’s es una experiencia entre democrática y religiosa, como comprar en Decathlon o en Primark. 

Yo de hecho me siento más demócrata cuando voy al McDonald’s o al Burger King que cuando meto el voto en la urna. Pero me daba mucha pena ver cómo Cioran se chupaba los dedos pringosos de salsa sentado en una mesa solitaria.

"Nunca hay que estar de acuerdo con la multitud, aunque tenga razón", escribió Cioran en sus cuadernos, y sin embargo, al comerse una doble cuarto de libra con queso en el McDonald’s, Cioran le estaba dando la razón a esa misma multitud que le provocaba sarpullidos por todo el cuerpo.

El payaso de McDonald’s siempre me ha parecido más terrorífico que Chucky, pero no hay mejor atalaya para contemplar a la especie humana y pensar políticamente el mundo que un McDonald’s. Los McDonald’s anulan las diferencias sociales, religiosas, de género e incluso de edad como ningún otro lugar. Un McMenú es comunismo en estado puro. "Un menú equilibrado para un día happy". Jajajaja. Hay que reconocer que sentido del humor no les falta a los publicistas yanquis.

Últimamente solo leo a Cioran, por eso lo veo en todas partes. Cada uno necesita su droga, y yo prefiero a Cioran que el fentanilo, aunque los efectos de la lectura continuada del escritor rumano puedan ser más devastadores que los de esa droga que unos cuantos cientos de miles de americanos se inyectan entre hamburguesa y hamburguesa.

En fin. El sol, ya lo decía Cioran, no es bueno para pensar.

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