Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

El odio como arma electoral

El odio como arma electoral
El odio como arma electoral
POL

Las sociedades occidentales han alcanzado el mayor nivel de vida de la historia (Steven Pinker), pero también ha crecido el miedo a perderlo por hechos más o menos imprevistos. 

Solo en lo que va del siglo XXI ya se contabilizan cuatro aterradores ‘cisnes negros’, por utilizar el término popularizado por Nassim Taleb: los atentados de 2001, la Gran Recesión en 2008, la pandemia en 2020 y la invasión rusa de Ucrania en 2022. A estos eventos impredecibles se suman procesos disruptivos en marcha: globalización económica, deslocalización industrial, presión migratoria, cambio climático, hipertecnología descontrolada…

Los enemigos del liberalismo intentan ganar poder apelando a las emociones

Esta concatenación de acontecimientos ha provocado que las clases medias sientan miedo ante el futuro y reclamen protección. Sin embargo, no están recibiendo respuesta de las elites porque cada vez son menos necesarias como productores en la nueva economía. El auge electoral de los extremistas y fenómenos como el ‘brexit’ o los ‘chalecos amarillos’ en Francia son llamativas reacciones a esta zozobra social. De hecho, el éxito en las urnas de populistas de izquierda y de derecha es una tendencia global desde hace una década. Es cierto que unos cuantos ya han fracasado (Trump, Boris Johnson, Tsipras, Bolsonaro, Pablo Iglesias, Puigdemont), pero no es menos verdad que otros siguen sus pasos.

"El odio, no las discrepancias, se ha convertido en el impulso principal que guía casi todos los movimientos políticos", afirma Fernando Vallespín en ‘La sociedad de la intolerancia’ (2021). Como las élites no son capaces de pactar soluciones para calmar los miedos de la ciudadanía, políticos antisistema alcanzan el poder mediante los viejos discursos de odio. Han conseguido así situar en el epicentro del debate público los conflictos de identidad (racial, religiosa, geográfica, ideológica y cultural) sustentados en el sentimiento de rechazo al otro, al diferente, al que no piensa como yo, al que tiene otra religión, al homosexual, al inmigrante…

Rechazan la racionalidad y alimentan los discursos políticos de odio. Lo peligroso
es que arraiguen y que la inquina se convierta en fundamento de la sociedad

En los últimos años han proliferado brillantes ensayos sobre el populismo firmados por Francis Fukuyama, Anne Applebaum y Moisés Naím, entre otros. Algunos explican que el actual conflicto entre partidarios de distintas opciones ideológicas no se debe a un desacuerdo en los temas sino al simple rechazo emocional. El problema está en la gente que considera las afiliaciones políticas como identidades de grupo y ven a sus partidos como equipos enfrentados en una competición a muerte. De este modo, el adversario se convierte en enemigo. Problemas que habrían de generar una solución consensuada (violencia de género, políticas de igualdad, libertades individuales o inmigración) se utilizan ahora para dividir al electorado.

Lo más peligroso de los líderes polarizadores no es su posible triunfo en las urnas, sino el contagio de sus discursos de odio. Los mensajes de rencor son mucho más duraderos porque hunden sus raíces en el fondo del cerebro colectivo, devienen rasgos psicoculturales difíciles de cambiar. El odio envenena así la convivencia, en particular cuando las redes sociales propician su difusión instantánea.

El huevo de la serpiente esta ahí, en los sótanos de la sociedad libre. Ocurre desde los orígenes de la democracia. Por eso, pensadores como Orwell, Brecht, Adorno o Sartori dejaron dicho que ciertas actitudes criminales han de ser desmontadas en su génesis; ignorarlas es suicida. Si algo enseña la historia de Europa es que al final del camino del odio siempre estalla la violencia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Javier Rueda)

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