De rutinas y fidelidades

De rutinas y fidelidades
De rutinas y fidelidades
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Cumple uno con la poco meritoria obligación de dejar la cama para preparar el café, asidero de la mañana. Y cuando todavía el artilugio -italiano- no ha empezado a rechistar advierto el andar pausado de mi compañía, envuelta en la somnolencia, y el admirado mérito de querer compartir el tiempo con nuestro desayuno: la adhesión a cambio de una taza de café y el complemento de alguna tostada.

El desenredo de la vida se plaga de rutinas y fidelidades; de hábitos y lealtades profundas, que conjugadas perfilan una manera de ser. Hay quien, inconsciente, se acostumbra a recoger cada mañana, todavía en pijama y zapatillas, su Heraldo en el felpudo de la puerta de casa, casi caliente, recién salido de la rotativa; pero detrás de esa usanza diaria, acomodada, se proyecta la fidelidad del que deshace mucho antes la madrugada para garantizar ese gesto en cientos de hogares.

El abanico se abre en mil maneras de actuar. El hábito de la comodidad me conduce en demasiadas ocasiones por carteleras de cine repletas de indiferencias, o por la búsqueda de autores que, en la cima de la reputación, me perturban la mente y desgastan mi ánimo. Porque el anclaje en el que fondea mi tranquilidad es el de los mundos de Julio Verne, Dickens o Wilkie Collins, y las creaciones de hojas rojas de Miguel Delibes o zalacaínes de Pío Baroja.

Existe en algunas almas el hábito consolidado, rutinario, de convertir el lugar de trabajo en territorio contristado en el que se desgastan las horas sin pasión; mientras en esos mismos escenarios se encuentran también los méritos (valores de lealtad) de quienes acumulan años de entrega a la tarea profesional, con reconocimiento y respeto.

Entre las rutinas de cada despegue del verano, siempre envuelta en la ilusión de un nuevo Campeonato, se encuentra la de recibir el abono de ese Real Zaragoza que empieza ya a modelarse. Acompañando a esa ancestral costumbre, el respaldo firme del zaragocismo volverá ilusionado cada fin de semana a La Romareda. Para no dejar de arropar, afición fidelísima, al equipo de sus amores. Senderos de rutinas y fidelidades.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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