Por
  • Francisco José Gan Pampols

Que me odien, con tal de que me teman

Que me teman, aunque me odien
Que me odien, con tal de me  teman
Beatrixia

Los regímenes autoritarios -y en mayor medida los totalitarios- se sostienen en el poder basándose en cuatro premisas sencillas e inmutables: el dominio de la información interna y externa, el control de la administración mediante la férrea burocracia estatal para la distribución de bienes, el orden interno a través del control de la disidencia, y la disuasión externa por la amenaza del uso de la fuerza a través de unas fuerzas armadas que deben ser robustas, disciplinadas, jerarquizadas y… paradójicamente desunidas para que no lleguen a consolidarse como un contrapoder real.

El ejercicio del poder omnímodo lleva aparejado el permanente ejercicio de la desconfianza para evitar la sorpresa, siempre letal para el autócrata y el dictador. Se crean corrientes afines que nutren los círculos íntimos del poder donde todos se conocen y vigilan, se crea igualmente un colchón humano a modo de amortiguador entre quienes ejecutan las acciones y quienes las diseñan, y se vuelca un enorme esfuerzo en mantener a la sociedad en su conjunto en un nivel de ignorancia lo más elevado posible con mensajes claros y simples tal y como los describe Noam Chomsky.

La capacidad de supervivencia de esos regímenes es muy elevada y suelen ser longevos. Ejemplos no faltan: Corea del Norte, la República Popular China, Irán, Cuba, la Federación Rusa y Venezuela, entre otros. Su estabilidad se pone en riesgo con los mecanismos de apertura e intercambio y, sobre todo, cuando se percibe debilidad interna que permite aflorar el descontento de unas sociedades que se sienten sojuzgadas sin percibir a cambio suficiente beneficio por su sumisión. Los regímenes más crueles suplen su debilidad con un aumento salvaje de la represión porque, no olvidemos, que el terror sigue siendo el factor que más control inmediato proporciona a los tiranos, el ‘oderint dum metuant’ que titula esta pieza y que Suetonio atribuye a Calígula, paradigma de la maldad y la crueldad.

En Rusia va a aflorar una represión brutal, fría y profunda, que Putin va a dirigir
personalmente porque lo que no puede permitir es que dejen de temerle,
aunque le odien; sin el terror que inspira en su entorno tiene los días contados

Es en momentos de crisis cuando los autócratas propenden a ‘revisar’ las lealtades de sus círculos más próximos. Entonces se analiza con temible precisión la acción u omisión, la determinación o tibieza en los posicionamientos o la inacción que equivale a traición. Cuestión de tiempo y del debido señalamiento cuando la purga llegue, que llega siempre, a manos de los círculos de hierro compuestos por incondicionales pretorianos. Ejemplos históricos recientes son la ‘Noche de los cuchillos largos’ donde las SA desaparecieron a manos de las SS de Hitler, las sucesivas purgas estalinistas del PCUS o las ‘purificaciones’ del ayatollah Homeini a las izquierdas iraníes que le auparon al poder, entre otros ejemplos.

En estos días hemos asistido a un intento de ‘putsch’ militar de muy escaso recorrido inmediato pero que ha supuesto una notable conmoción en las estructuras de poder de la Federación Rusa. El Kremlin, en aparente calma, experimenta una serie de conmociones que irán aflorando a medida que se vayan depurando responsabilidades. Se barajan distintas hipótesis sobre lo ocurrido: a saber, se tenía conocimiento por parte del FSB de un intento de golpe que se estaba fraguando por algunos altos mandos de las fuerzas armadas en connivencia con un elemento externo, Wagner, y para evitar que adquiriese masa crítica se ha precipitado para neutralizarlo. Otra, el crecimiento de Wagner, su imagen pública, la figura de Prigozhin y su ansia de poder se habían convertido en inadmisibles para Putin, así que lo ha precipitado al vacío. Y otra más, la debilidad de Putin ha impulsado ya su proceso de sustitución y los oligarcas han comenzado a mover posiciones para hacerse con el poder.

Se confirme cualquiera de esas hipótesis, una mezcla de todas ellas u otra nueva, lo que a buen seguro va a aflorar es una represión brutal, fría y profunda que Putin va a dirigir personalmente porque lo que no puede permitir es que dejen de temerle, aunque le odien; sin el terror que inspira en su entorno tiene los días contados. Poco importa que quede aislado de la realidad y protegido por un formidable despliegue de seguridad en uno de los múltiples refugios de los que dispone: si no quiere desaparecer, ha de ser capaz de impulsar una imagen de ejercicio indudable y decisivo del poder que contrarreste la incertidumbre generada.

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