¿Cómo nos ven?

¿Cómo nos ven?
¿Cómo nos ven?
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A todos nos ha ocurrido en alguna ocasión. Durante años hemos pasado delante de un edificio sin fijarnos en él y un buen día nos sorprende ver que un grupo de turistas le está haciendo fotos. Solo entonces levantamos la cabeza y nos damos cuenta de la belleza que siempre habíamos ignorado, una belleza en nada inferior a la que admiramos en otras ciudades cuando somos nosotros los turistas. 

Y es que a veces necesitamos que vengan los de fuera para hacernos comprender el valor de lo que tenemos aquí. Nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles. Nuestras virtudes y nuestros defectos.

Si buscamos un poco por Youtube, veremos que lo que más valoran los hispanoamericanos que llegan a España es, sin duda, la seguridad. Nuestro país, a pesar de la alarma de algunos, sigue siendo uno de los menos violentos de Europa y su tasa de homicidios intencionales (0,6 por 100.000 habitantes y año, según Wikipedia) solo es mejorada en este continente por Italia, Eslovenia, Suiza y Luxemburgo. Si examinamos la situación en Iberoamérica, allí el país más seguro es Chile, pero su tasa de homicidios intencionales (4,8) resulta ser ocho veces superior a la española. Y si nos centramos en algunos de los principales países de origen de la emigración hispanoamericana hacia España, Colombia presenta una tasa de 22,6 y Venezuela de 36,7, cuarenta y sesenta veces más altas que la nuestra. Partiendo de un punto similar al de nuestros primos americanos, doscientos años de buen trabajo colectivo nos han conducido a la envidiable situación de la que en estos momentos disfrutamos.

A veces necesitamos que vengan los de fuera para hacernos comprender el valor
de lo que tenemos aquí 

Los recién llegados valoran también la libertad que encuentran en nuestro país, la gran tolerancia que a diario mostramos y ejercemos los españoles. En general, proceden de sociedades más tradicionales que la nuestra, sociedades en las que la libertad individual se ve limitada por el peso de convenciones sociales muy rígidas, por la fuerza de las costumbres. Son países en los que la solidaridad interpersonal tiene aún un peso enorme, pero cuyos habitantes deben pagar por ella el precio de permitir que los demás se metan en sus vidas. Frente a eso, los recién llegados encuentran en España un país en el que cada uno vive como prefiere sin que vecinos, parientes o conocidos se preocupen demasiado por lo que hace o deja de hacer. Un país abierto y tolerante. Un país moderno. Y es algo que, en la mayor parte de los casos, gusta.

Un tercer detalle que casi todos ellos destacan es la calidad de los servicios públicos. Por supuesto de la sanidad (hay quien emigra a España solo para poder disfrutar de ella). También, claro está, de la educación, bien organizada y dotada desde los niveles preescolares a los postgrados universitarios. Pero, sobre todo, lo que la mayor parte de ellos más admira es el sistema de transporte. Cuentan y no paran que las infraestructuras (ferrocarriles, autopistas, aeropuertos, etc.) son modernas y están bien mantenidas. Que los medios de transporte se encuentran en buen estado y son cómodos. Que las conexiones son frecuentes y, en general, bastante económicas. Que los horarios se cumplen. Vamos, que en España no hace falta tener coche para vivir sin problemas. Que incluso en una gran aglomeración como es Madrid puede uno moverse de un extremo a otro en plazos de tiempo bastante cortos. Y sin tener que pagar una fortuna por ello.

Nuestros puntos fuertes y nuestros puntos débiles,
nuestras virtudes y nuestros defectos

En la parte negativa, les extraña nuestra falta de orgullo nacional. Cubanos, venezolanos, colombianos o argentinos quieren con locura a sus países y se emocionan al ver sus banderas, así que les choca que muchos españoles, sobre todo jóvenes, muestren un completo desapego hacia España. Se extrañan, por ejemplo, cuando oyen que la bandera roja y amarilla no es el símbolo de todos, sino solo de los fachas. Y esa extrañeza obedece, quizá, a que en sus propios países no han conocido nada parecido.

Aunque no queramos verlo, la de España es una historia de éxito, un éxito que se conjuga en pasado, en presente y, probablemente, también en futuro. Un éxito que todos reconocen, menos los propios españoles. Hace ya siglo y medio, el poeta catalán Joaquín Bartrina escribió: "Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol / (…) si habla mal de España... es español". Tristemente, tan aguda observación sigue siendo actual.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Miguel Palacios)

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