Viajeros torpes

Viajeros torpes
Viajeros torpes
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Había luz en el castillo. Anochecía sin prisa y pasé un buen rato contemplando desde mi hotel la hermosa silueta de los torreones sólidos, no muy altos pero armoniosos, y las maniobras de vuelo de vencejos y córvidos que anidaban entre las grietas de sus vetustas piedras. Una ventana del segundo piso se veía iluminada y quise saber más sobre tan noble construcción.

Desde principios del siglo XVI el castillo palacio de los Marqueses de Villafranca del Bierzo ha pasado de padres a hijos hasta el día de hoy. Me habría gustado visitarlo, pero no teníamos tiempo. Tampoco pude visitar la casa del escritor villafranquino Antonio Pereira, cuyas obras completas saqué de la maleta en el último momento por no llevar tanto peso. A cambio, llevaba conmigo a Natalia Ginzburg, autora que siempre me reconcilia con la literatura y con la realidad. En un ensayo titulado ‘Viajeros torpes’ dice: "En los lugares nuevos solo buscan la posibilidad de habitarlos como si fuera para siempre, de transformar el lugar de un viaje en una morada perdurable. El placer de viajar, para ellos, consiste simplemente en la sensación áspera y vertiginosa de haber pensado la propia existencia situada en un punto distinto a su punto de siempre".

La luz del castillo seguía encendida cuando me acosté imaginando que alguien, tras sus muros, leía los cuentos o los poemas de Antonio Pereira, o tal vez los ensayos de Natalia Ginzburg. Ese alguien, por la mañana, se dedicaría a las diversas tareas de la elaboración de un vino muy exclusivo de sus propias vides, y todo ello sin necesidad de salir nunca de su castillo.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Cristina Grande)

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