El magisterio de la experiencia

Imagen de archivo de estudiantes de la Universidad de la Experiencia en el Campus de Huesca.
Imagen de archivo de estudiantes de la Universidad de la Experiencia 
Unizar

Acumular años no sólo garantiza la virtud de la experiencia; brinda la oportunidad de abrir un abanico de relaciones, personales y profesionales, a través de las que poder crecer, enriquecerse. Esa veteranía permite además, sin perder los respetos, discriminar los encuentros, otorgando valor a los que uno cree que verdaderamente lo merecen.

Por más que todavía interponga la distancia, hace tiempo que me seduce esa propuesta formativa de la universidad de la experiencia, foco de conocimiento en el que comparten protagonismo la revelación académica y el poso del sentido común. Que es el que surge del recorrido vital de ese alumnado singular. Adentrarse por los vericuetos de algunos de sus raciocinios, liberados de la censura de la corrección, supone un ejercicio de frescura imprescindible en el corsé de nuestro cada día a día. Porque un puñado de la libertad radica precisamente en desligarse del disfraz de una apariencia de falsos barnices. Paladear la conversación con los mayores garantiza disfrutar del tesoro de una sensatez surgida del conocimiento propio. Reflexiones apartadas de un interés particular, partidista -el que envuelve hoy el devenir de los discursos- y que brotan con la naturalidad del que recurre a compartir sus vivencias propias.

Rumiarlas alimenta el conocimiento -y el alma- y brinda poso al argumentario personal, jalonado de aportaciones cosechadas en el kilometraje de la vida.

Aunque uno sabe que ese gozo también tiene sello lógico de caducidad; que se acerca más a quienes más se han alargado en el vivir, aquellos que da la equívoca impresión de que nunca se han de quebrar.

Con la naturalidad de quien merodea el siglo, se me han ido seguidos dos de esos queridísimos refugios de sabiduría, con los que gastaba el tiempo que me regalaban. Me entregan la profundidad de sus reflexiones y, sobre todo, el valor de su cariño. Y de paso, el saber apreciar las horas de ese aprendizaje de la veteranía que no quiero cansarme de compartir; verdadero magisterio de la universidad de la experiencia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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