La feria violenta

La feria violenta
La feria violenta
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Rara vez iría por mi propio pie a unas fiestas patronales pero si me llevan, allá voy. Tantas cosas surgen así en la vida. Fui y vencí. En concreto en los dardos, tres tiros a 3,50 euros. Cómo se nota la inflación en el feriante. Reventé tres globos y me llevé a casa, a mis treinta y tantos, un Grogu (Baby Yoda) de peluche con el que tuve que cargar dos horas más por todo el recinto ferial. 

Fue en ese paseo cuando descubrí que todavía se estilan esas máquinas que sirven para medir la fuerza de un puñetazo. Me quedé observando el asunto unos instantes, cayendo en la cuenta de que solo las rodeaban hombres. Había allí un conjuro de amistad proteica, algo casi simiesco; uno corría a darle el puñetazo y el resto miraban lo fuerte que era. La máquina les decía su lugar en el mundo entre cero y 999 puntos; y en esa suma de potencias, se construía intuí un fortín cerrado de amigos que, de ser atacado, respondería con toda esa brutalidad. Como un Street Fighter cañí donde los mandos los dirigen costumbres algo primitivas y del que, afortunadamente, las mujeres se han ido aburriendo porque les juro que no había ni una sola admirando al macho y su bíceps.

Esa constatación de que el hombre prehistórico se ha ido diluyendo como modelo en los últimos años me alegra y precisamente por eso me impacta la sensación que arrastro estos meses al intuir que la violencia está poniéndose de moda. Que esos chavales estuvieran echando sus eurillos en la máquina de la testosterona, le intuyo cierta conexión con la costumbre en estos tiempos por hacer proselitismo de los deportes de lucha, cuando en España a esas bestialidades no habíamos llegado (al menos en lo profesional). Las veladas de boxeo de youtubers inflándose a guantazos; la promoción de Ilia Topuria como ejemplo de deportista cuando hace poco (de broma…) le arreó un puñetazo a un fan que casi le hace vomitar; o lo gracioso que nos parece Conor McGregor, que el otro día mandó al hospital al tipo que hacía de mascota de un equipo en la NBA, son ejemplos recientes de que hemos perdido cierto filtro con la violencia. Como si los hombres, tocado el fondo de la piscina, debiéramos volver atrás. Nos salvarán ellas, espero, por falta de admiración; al final somos niños, con puños o dardos, que pasean con un peluche por una feria.

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