Las celebradas bombas del Pilar

Las celebradas bombas del Pilar
Las celebradas bombas del Pilar
Lola García

Tanto ha sido el ruido que hicieron las bombas lanzadas sobre el Pilar el 3 de agosto de 1936 que aún no ha cesado. De si procede o no retirarlas del lugar que ocupan en el templo ha de ocuparse la autoridad. La propiedad las mantiene, pues cree tener derecho a hacerlo en las circunstancias concretas en que las exhibe. 

Alguien discute la legalidad de esa actitud y reclama a la autoridad regional. La respuesta del Gobierno de Aragón a la petición de retirada es denegatoria. Lo mismo ha recordado, hace pocos días, el Justicia de Aragón, institución a la que se ha reclamado, en segundo lugar, ayuda en el cumplimiento del supuesto mandato de la Ley de Memoria Democrática de Aragón.

Se pide su retirada porque esas bombas sirvieron como propaganda insistente al bando franquista, en 1936, contra el gobierno frentepopulista. Puede verse el caso un poco más de cerca.

Sucedió que en Cataluña se dio al suceso gran importancia, bélica (un error) y simbólica (otro mayor). Lo reflejaron los noticiarios radiados y los periódicos de Barcelona más comprometidos. Ante todo, el influyente ‘Solidaridad Obrera’, órgano del potente anarquismo catalán. Al día siguiente del primer bombardeo sobre Zaragoza (hubo más), daba la noticia en grandes titulares y fantaseando sobre sus efectos materiales y estratégicos. Otro tanto hizo el vespertino ‘Última Hora’, de Luis Companys, presidente de la Generalidad. La noticia se dio con tono alborozado: un hecho crucial, preludio de la inminente ‘liberación’ de la ciudad aragonesa. Y asía apareció en la prensa de Asturias, Canarias, Murcia y casi todas las regiones.

Las dos bombas de aviación que se muestran a los visitantes del Pilar están acompañadas de un escueto letrero que informa sólo de la fecha en que cayeron

El cartel del bombardeo

La guerra originó un torrente cartelístico. Aparte el cartel por excelencia –el ‘Guernica’ de Picasso, pagado por el Gobierno español, no por el vasco–, hubo grandes creadores. Baste citar a Josep Renau, comunista valenciano, de gran vigor; y, entre los rebeldes, al tingitano Sáenz de Tejada, de expresividad colorista y fuerte carga emocional.

El bombardeo del Pilar de Zaragoza –hubo otro sobre la Seo– fue de inmediato pasto de propaganda gráfica. Era un blanco llamativo, que revelaba, al mismo tiempo y nada más comenzada la guerra, que la República poseía fuerza aérea capaz, con alcance destructor, y servicios informativos capaces de detectar que los rebeldes usaban los templos para fines militares. Era todo ilusorio, en aquellos momentos.

Aunque no se haya difundido (es difícil de localizar: hay un ejemplar en la Biblioteca Nacional y otro en la Fundación Federica Montseny), se hizo un cartel, expresivo y descriptivo, fantasioso (el Pilar perdía una torre) y de poco valor pictórico. Se editó en tamaño de 25 x 35 cm, y se vendía por 30 cts. Lo pintó (mal) un tal Cervera, vinculado a la CNT-FAI. La fecha del 19 de julio que se ve arriba alude al fracaso en Barcelona de la sublevación militar.

Mírelo bien el lector. Protagonizan la escena dos figuras deformes y con fusiles pigmeos. Buenaventura Durruti, con gorrillo rojinegro y prismáticos, ídolo de su gente, y Enrique Pérez Farrás, militar de la confianza de Companys y su delegado en el frente de Aragón. El 22 de julio, aclamados por las calles, ambos salieron en automóvil de Barcelona para mandar las columnas milicianas que partían con la misión de tomar Zaragoza. El bombardeo (fallido, pero eso se silenció) era un buen augurio y fue objeto de una intensa propaganda. Ocurrió, pues, lo mismo en ambos bandos. Algo del todo esperable, dada la fuerza simbólica del blanco elegido y el error propagandístico que implicaba semejante decisión.

En el medallón superior del cartel, enmarcado por los colores del anarquismo y de Cataluña, se ve a Felipe Díaz Sandino, sobre una enseña republicana. Era el jefe del aeródromo de El Prat y su postura en pro de la República le valió el ascenso a teniente coronel y el nombramiento de consejero de Defensa de Companys.

Sobre el vuelo se conocen todos los detalles, narrados en 1980 por Maluquer Wahl, competente aviador catalán y testigo directo. El avión despegó de El Prat (por segunda vez: la primera fue fallida) a la 01.30 h del 3 de agosto. Era un trimotor Fokker VII EC PPA, requisado a la compañía LAPE (Líneas Aéreas Postales Españolas) habilitado para llevar cuatro bombas de 50 kg, y con los escapes de sus motores retocados para reducir chisporroteos y ruidos. Lo voló Miguel Gayoso, que arrojó las cuatro bombas a altura insuficiente (150 m, en vez de 500): la espoleta giratoria no llegó a empujar la punta percutora del detonador que, además, no es imposible que estuviera mal montado. El interés anarquista por la aviación llegó a crear una escuela de pilotos, con la que acabó pronto Indalecio Prieto.

En las ‘bombas del Pilar’ solo se lee la fecha en que cayeron en el templo. No parece un exceso para explicar su rara presencia.

No hay duda: fueron bombas muy celebradas. Para empezar, por quienes las lanzaron.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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