Por
  • José María Serrano Sanz y Alberto Jiménez Schuhmacher

A los 150 años del Cajal médico

Santiago Ramón y Cajal en su despacho, siempre cerca de su microscopio.
Santiago Ramón y Cajal en su despacho, siempre cerca de su microscopio.
Cajal/Puz.

Hoy hace exactamente 150 años recibía Santiago Ramón y Cajal su título de licenciado en Medicina por la Universidad de Zaragoza. Tenía veintiún años. Era la confirmación de que había dado pasos decisivos para transformar aquel muchacho agreste y revoltoso que había llegado a Zaragoza cuatro años antes y ahora comenzaba a encontrar su destino.

Mucho debía el cambio a la férrea voluntad de su padre, Justo Ramón, que no lo había dejado de la mano y había logrado encauzar sus innegables capacidades hacia la ciencia utilizando su afición por el dibujo como reclamo. "Mi lápiz halló por fin gracia a los ojos de mi padre", escribió en sus ‘Recuerdos’. También el ambiente de la propia facultad lo había estimulado, con profesores que suplían la carencia de medios con entusiasmo y compañeros en los que encontró algunos de los que serían sus mejores amigos. Sin olvidar su perfecta integración en Zaragoza, "su ciudad".

Al acabar la carrera, ejerció brevemente la medicina en su sentido más tradicional, algo que resultaría casi una completa excepción en su dilatada trayectoria profesional. Era el año 1873 y el Gobierno de la I República se enfrentaba a desórdenes internos, a una nueva sublevación carlista y a un levantamiento en Cuba, de manera que decidió una amplia llamada a filas que incluyó al recién licenciado; era la llamada quinta de Castelar. Cajal opositó a médico militar y, como teniente, fue incorporado a la lucha contra los carlistas en Cataluña, que estaba entonces en sus comienzos. Ascendido a capitán fue destinado en 1874 a Cuba donde enfermó a causa del paludismo y hubo de ser repatriado en junio de 1875, volviendo a instalarse en Zaragoza en casa de su familia.

Una vez restablecido volvió a plantearse la cuestión de su futuro. Desde el principio a él le interesó menos la medicina asistencial que la investigación, pero los comienzos no fueron fáciles. Por eso su padre le insistía en que no renunciara a la seguridad económica que daba la primera, le hizo ayudarle en su consulta y en el hospital de Nuestra Señora de Gracia y hasta lo convirtió en médico de Castejón de Valdejasa, donde solo aguantó unas semanas.

La sociedad civil aragonesa debería asumir un mayor protagonismo en mantener
vivo el legado de Cajal y en difundir los valores que le caracterizaron: esfuerzo,
perseverancia, búsqueda de la excelencia e independencia de juicio

Cajal tenía otros planes y poco a poco se fue independizando de la férrea tutela paterna. En lo personal se casó con Silveria Fañanás, contra el criterio de don Justo, y en lo profesional hizo el doctorado, probó suerte en las oposiciones y a la tercera obtuvo la cátedra. En 1884 dejó Zaragoza para incorporarse a ella y para entonces la pasión por la ciencia y la investigación habían arraigado definitivamente en él; el sabio estaba a punto, como dijo su amigo Olóriz. Después vendrían los descubrimientos que le dieron fama y lo convirtieron en el padre de la neurociencia moderna y fueron reconocidos con importantes premios, incluido el Nobel en 1906.

Siempre es bueno celebrar a Cajal, porque constituye un ejemplo y debe ser motivo de orgullo para Aragón y para España. Por eso no queríamos dejar pasar esta efeméride sin recordarlo. Especialmente, considerando que estamos en mitad de un denominado ‘Trienio Cajal’ decretado por el Gobierno central, que empezó en 2022 cuando se celebraba el aniversario de su nacimiento y que está quedando en palabras, una vez más. Tampoco desde el Gobierno aragonés se ha demostrado mucho interés por el momento. Lo hace la Universidad de Zaragoza, pero con la limitación que le imponen sus escasos recursos, y lo ha hecho simbólicamente el Ayuntamiento con la Gran Vía de Ramón y Cajal.

En vista de todo ello, quizá sea más oportuno que la sociedad civil, especialmente la aragonesa, asuma un mayor protagonismo en mantener vivo el legado de Cajal, reivindicar su figura y difundir su ejemplo y los valores que le caracterizaron: esfuerzo, perseverancia, búsqueda de la excelencia e independencia de juicio. La reciente constitución en Zaragoza de un Centro de Estudios Cajalianos busca, precisamente, caminar en esa dirección.

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