Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Embestiduras

Embestidas
Embestidas
Heraldo

En España tenemos una relación especial con los toros; atención que extendemos a otros rumiantes como la cabra y sus variantes (pequeñito, grande...). Nuestro lenguaje está lleno de expresiones relacionadas con ellos; muchas las compartimos con otros idiomas.

Específicamente nuestras son las palabras, imágenes y signos que proceden del toro de lidia, sea en plaza cerrada o en circuito callejero. Uno de los iconos con el que se nos asocia en el mundo es el torero, el ‘matador’. Ese torero de la época ya televisiva, que acreditaba valor y una atractiva masculinidad heterosexual, jalonada de conquistas adulterinas y anhelos famosos.

Hoy la admiración por los matadores se ha convertido en desprecio (¡horror, un candidato torero!). Asistimos a una transformación de ese gusto atávico por los ungulados; ahora son becerros anónimos y capras salvajes que situamos –sin estabular– en serranías, montes y dehesas. Deben inspirar a los asesores políticos que recomiendan a elegidos y elegibles que imiten las pautas de comportamiento de los animalicos.

En la preparación de las listas electorales y en la campaña, los partidos políticos
y sus dirigentes se dejan llevar por instintos animales y se embisten unos a otros 

Hablamos de elecciones: estamos por tanto en el núcleo del sistema democrático; un concierto en el Nippon Budokan… la ocasión que los políticos tienen de dar su mejor rendimiento. ¿Y qué les vemos hacer? Comportarse como becerricos y capras: dándose topetazos para hacerse con un puesto. Embestidas en las investiduras.

Sabemos demasiado; tras decenas de miles de euros en estudios de prospectiva están identificadas las circunscripciones en que se van a decidir los apenas veinte puestos en que, usando jerga deportiva, ‘hay partido’. Puede haber sorpresas, que los electores por una vez hagan caso a las orientaciones del Centro de Investigaciones Sociológicas y ‘voten bien’, pero normalmente se sabe que la diferencia entre ir ‘de dos’ o ‘de tres’ es la que separa una expectativa razonable de obtener o conservar un puesto de trabajo (del que cuelgan bastantes otros) o volver a tu punto profesional de partida, si es que tenías alguno fuera de las ubres del partido o de las instituciones.

El cuadro de comportamiento humano asimilado al de tan nobles animales se completa con una particular berrea: voces, amenazas, silencios, elocuentes silencios... bramidos que acompañan a los empujones y topetazos para hacerse con un recurso que se prevé disminuido. Las declaraciones grandilocuentes de los descubridores del Mediterráneo político revelan ahora su inconsistencia. La colegialidad en la gobernación de los partidos, la democracia incluso asamblearia para la elección de sus líderes, la prevalencia de principios y programas sobre los nombres... ¿Dónde han ido esas flores?

Si los principios declarados sustentasen efectivamente la actividad de los políticos, la presión en las negociaciones se concentraría en incluir el mayor número de puntos programáticos en un compromiso de gobierno; o en bloquear puntos ajenos que consideremos inaceptables; se comprometerían nuestros principios, aunque correspondiese administrarlos a otro partido.

Puede entenderse alguna selección impuesta de candidatos basada en características personales singulares: casos de liderazgo notorio, gran visibilidad, mayor capacidad para la negociación o para asumir eso de la ‘pedagogía’ en que tanto insisten. No es lo que vemos en la formación de listas; la identidad personal de potenciales congresistas y senadores se diluye. Miremos las actas de sesiones de comisiones, de pleno... ¿cuántas intervenciones relevantes conocemos?, ¿cuántas recordamos? La batalla cruenta que se da para colocar a alguien en puesto de salida ¿para después hacer qué? Los muñidores electorales valoran más la fidelidad que la competencia. Despotismo útil para la resiliencia.

No importan mucho las ideas ni los programas, se trata de asegurarse un puesto

Julio, 23. Las escenas de topetazos, embestidas y berreas han espantado las ilusiones, la alegría de poder decidir a quién transferimos nuestra soberanía. Movilizan a los enojados. Activan la política de la negación: voto para echar a éstos o para que no entren aquéllos.

Los padres asumimos con nuestros hijos una función de catequistas, de agentes de socialización del sistema y la democracia. Cada vez nos lo ponen más difícil. Ya no tengo palabras para compensar el comportamiento caprino; se nos irán a la desazón o las radicalidades destructivas.

Algunas abstenciones estratégicas ayudarían a remendar ilusiones democráticas, pero sé que los milagros no son a demanda.

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