Por
  • José Ángel Biel Rivera

Un futuro indefinido

Un futuro indefinido
Un futuro indefinido
Fiorella Balladares

Cuando en junio del pasado año vi el resultado de las elecciones autonómicas de Andalucía donde, después de cuarenta años de gobiernos socialistas, la suma del PP y Vox conseguía el doble –menos uno– de diputados que todos los partidos de izquierda, llegué a la conclusión de que algo empezaba a suceder en España después de varios años de gobiernos de Pedro Sánchez

Si a eso añadimos los casi escatológicos éxitos de Ayuso en la capital de España y algunos otros indicios, era fácil concluir que las estrategias políticas de futuro deberían tener en cuenta –algunos lo dijimos claramente y casi nos capolan– los movimientos que se estaban produciendo en la parte sumergida del iceberg electoral y que ni siquiera algunos sesudos tertulianos eran capaces de adivinar o de reconocer. Tampoco el CIS del inefable Tezanos.

Lo que parecía claro es que, en este país nuestro y en determinadas circunstancias históricas, como en los años 31, 36, 77, 82 y 96 del pasado siglo y en 2011, los ciudadanos votan por una única razón. Propiciar la República, hacer la revolución, o la Transición, o el cambio o para salir de la crisis económica. Nadie vota en esas especiales circunstancias porque le den dos euros para ir al cine un martes con su pareja. Ni siquiera por subirle la pensión un 8,5%. La política, que exige más olfato que vista u oído, siempre tiene un recorrido lógico que suele conducir a algún lugar. El problema es dejarse obcecar por el mero interés personal –los que convierten la política en un negocio– o por el amor propio, sin considerar la situación general que es necesario resolver y actuar en consecuencia. Es la manera de quedarte fuera de juego, aunque se consigan pequeños botines de ámbito local.

Después de cinco años de gobierno de Pedro Sánchez, las elecciones van a estar
focalizadas en el impulso para un cambio político

Aunque no creo, como decía Jacinto Benavente refiriéndose a Casares Quiroga, que el de Sánchez sea "el peor gobierno desde los tiempos de Tadeo Calomarde", sí es el más peligroso y osado. Basta ver quiénes son los corrosivos socios que le han permitido ser presidente para comprobar lo dicho. Y es evidente que, para que lo siga siendo, el PSOE, que desgraciadamente –al menos por ahora– ya no es el socialismo que colaboró activamente haciendo posible la Transición, necesitará de los mismos socios en el futuro. Es su única opción. Lo iremos viendo en la guerra de encuestas que ya ha comenzado.

Ahora, Sánchez ha convocado elecciones generales para el 23 de julio. Si las hubiera convocado para diciembre el resultado estaba claro. Las hubiera ganado el centro derecha de calle, con la inercia de los triunfos territoriales de las autonómicas y locales y el debilitamiento progresivo –interno y externo– del propio presidente, que no hubiera llegado entero a diciembre. La ola del cambio parece imparable.

Siendo en julio, atendiendo a los gurús adscritos a algunos medios de comunicación, Sánchez ha conseguido meter miedo a toda la izquierda, les obliga a espabilarse, corrige el tiro añadiendo mayor carga explosiva e intentará, aunque no sea el partido más votado, formar un gobierno con los votos de independentistas, Bildu, comunistas, populistas en todas sus variantes, etc. Más de 30 diputados a añadir a los del PSOE, más los de Podemos y asociados, todos contrarios a la Constitución del 78. (No olvidemos este detalle que podría ser importante). Por si acaso, tengamos en cuenta que la manera más segura de evitar aventuras es que el centro derecha tenga más votos que la izquierda. Aunque Sánchez es capaz de cualquier cosa. Incluso, ¿por qué no?, de intentar una manera de darle la vuelta al tablero, con imprevisibles consecuencias. Pasando de las reglas del ajedrez a las del juego de las damas. Y no va con segundas.

Hay que sopesar la utilidad del voto

Si las ha convocado para perderlas, como Calvo-Sotelo en el 82 o Zapatero en 2011, sin intención de formar gobierno, reconoceré su sacrificio y mi error. En todo caso, cuidémonos de los despistados que intentan seguir navegando por el centro o por los extremos, sin saber dónde están los cuatro puntos cardinales. Casi nunca, como ahora, ha sido el voto de tanta utilidad. Núñez Feijóo necesita 176 diputados a una mano. 26 menos de los que consiguió Felipe González en el 82. Las circunstancias históricas –con el cambio como idea fuerza– son parecidas. El resultado sería bueno, en el futuro, para un renovado PSOE y, hoy, para España. Y malo para casi todos los demás. Sin que nadie deba preocuparse por una reducción de derechos fundamentales, salvando la reconsideración de algunas leyes y la derogación de otras como la llamada Ley de Memoria Democrática, un bodrio que nada tiene que ver ni con la democracia, ni con la historia.

Cambiar a Sánchez por un líder socialista que, en caso necesario, sea capaz de entenderse con Feijóo –siguiendo el modelo de la Transición– es matar dos pájaros de un tiro y la posibilidad de darle la vuelta a este país. Ese es el valor del voto el próximo 23 de julio.

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