Perder el hogar
En apenas diez segundos, se vino abajo su hogar. Todos sus enseres e ilusiones quedaron sepultados bajo los escombros. Entre la polvareda que se levantó se disiparon como por arte de magia sus sueños. El modesto piso que compraron de recién casados, la meditada reforma para la que habían ahorrado durante tanto tiempo... Todo quedó reducido a recuerdos.
Maldito martes y 13 de junio. Hasta este día creía que traía mala suerte ser supersticiosa. Pero lo ocurrido no es fruto de una creencia sobrenatural: ella y el resto de vecinos sabían desde hace ya varios días que las filtraciones de agua en los garajes del bloque podían causar el temible colapso del edificio. Así se lo hicieron saber a las autoridades municipales varias jornadas antes de quedarse sin casa. Las tormentas se aliaron en su contra, precipitaron el derrumbe del edificio y los acontecimientos. Fue la crónica de un suceso anunciado.
Bajo los escombros yace la cuna que esperaba la llegada del recién nacido. Toca buscar como sea rayos de luz que iluminen la salida a la catástrofe. Por suerte, sus seres queridos han sobrevivido a este embate del destino. Ella, su familia, sus amigos y el resto de vecinos del inmueble derruido han salido ilesos. Hay quien tiene más recursos y energía para recuperar el rumbo. Los más mayores saben que carecen de las fuerzas suficientes para rehacer su hogar, salvo que sus familiares o las instituciones les lancen un cabo, una tabla de salvación a la que agarrarse para no dejarse ir a la deriva en el otoño de sus vidas. Ella sabe que no queda otra que buscar la casilla de salida, remar contra corriente una vez más. Por su bien y por el hijo que espera. Y confía en su dicho favorito: siempre sale el sol.
