Preparativos para unas elecciones en un colegio electoral de Zaragoza.
Preparativos para unas elecciones en un colegio electoral de Zaragoza.
Oliver Duch

Es inevitable!, estos días en la Tribuna se escribe mucho sobre las inminentes elecciones generales, convocadas tan por sorpresa.

 ¡Y lo que nos queda por escribir y por leer! Entresaco un par de ideas de esta semana que me parece que reflejarán la opinión de muchas personas. José Luis de Arce, que entre nuestros comentaristas pienso que es uno de los que más conectan con la sensibilidad ciudadana, se quejaba de la reacción que han tenido algunos de los derrotados del 28-M, que en lugar de hacer autocrítica y analizar en qué se han equivocado les reprochan a los españoles que hayan votado ‘mal’. En ese sentido, señalaba De Arce el jueves (‘Vaya a votar, pero no se equivoque’) , el súbito adelanto de las elecciones es como si el presidente Sánchez nos conminase a rectificar y a votar ‘bien’ en esta ocasión. Es decir, a votar por él. Le puede salir rana, claro. Entre otras cosas, porque, como subrayaba el escritor Manuel Vilas (‘23 de julio’), la perspectiva de unas elecciones en pleno verano está provocando trastornos y angustias a muchos ciudadanos, que sienten que se juegan las vacaciones a la ruleta rusa, dice Vilas, en espera de saber si les toca pasar el 23 de julio cocinándose a fuego lento en un colegio electoral en lugar de relajándose en la playa, en la montaña o en las chimbambas, como muchos tenían ya planeado. Cuando además, Vilas, como millones de españoles, entiende que las elecciones podrían haberse celebrado perfectamente en septiembre u octubre. No había necesidad, insiste con razón el escritor, de fastidiar así a la gente: «No había ninguna necesidad. Sin necesidad, la política se convierte en capricho, y el capricho en tiranía». Pues eso.

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