Hacia el abismo mirando al techo
Nueva York envuelto en un halo anaranjado y con sus perfiles difuminados. La Gran Manzana se asfixia bajo una nube de ceniza que le llega desde su vecino del norte.
El regreso de las mascarillas y el desconcierto de la población de una de las capitales del planeta casi ha eclipsado el origen de esas cenizas, que proceden de Canadá. En ese país de paisajes increíbles han desaparecido 3,8 millones de hectáreas de bosques desde enero a causa de los incendios forestales. La fórmula es la misma en todas partes: menos lluvias y más calor. Esta semana han estado activos 437 fuegos a la vez.
Millones de personas han sufrido de una forma u otra la contaminación generada por esos desastres. En Nueva York y Washington la alerta por la mala calidad del aire ha obligado a retrasar vuelos, anular eventos y a que los niños vuelvan a la educación a distancia que debutó en la pandemia.
Algunos foros incluso hablan de ‘estrés medioambiental’ y de sus afecciones en la salud mental de las personas, que ven en estos episodios una suerte de indicios del Ragnarök.
Los expertos dicen que nos preparemos porque esto va a ser lo normal. El verano que se prevé en España puede ser el peor de los últimos 30 años. Así que ese temor a que lleguen tiempos oscuros no parece ni siquiera un poco descabellado. Quizá la verdadera locura, o estupidez, radique en este empeño absurdo de ignorar la evidencia y seguir haciendo lo mismo de la misma manera, acostumbrarnos a vivir peor y esperar a ver qué pasa.