Las aguas bajan revueltas en la izquierda. El tsunami popular anegó los feudos socialistas, y los barones, desorientados, tratan de buscar su sitio. Pero no lo encuentran. Sin haber superado la derrota más amarga, llega un nuevo sobresalto: generales en verano, y se ven obligados a activar otra vez la maquinaria electoral y en tiempo récord.

Siempre figuró Aragón entre los territorios más críticos con las decisiones de Pedro Sánchez para hacerse con el Gobierno. Advirtió desde el principio Javier Lambán sobre el peligro de elegir socios indignos, y debe parte de su derrota a los que no le escucharon.

En el intermitente tira y afloja de Ferraz con Zaragoza y Teruel se acaba de escribir el penúltimo capítulo, el intento de veto a la ministra Pilar Alegría, aún a sabiendas de que no aceptarían que la borraran de la lista. Mientras Sánchez mande, la batalla está perdida. Lanzar un órdago a la grande y retirar por miedo el envite desgasta al mal jugador de mus. A no ser que interese que se descubra el farol para evidenciar que Madrid impone y el resto acata. Tiempo habrá cuando pase el 23-J para ajustar las cuentas en una izquierda que se juega su futuro y hasta su supervivencia.

La política con mayúsculas requiere generosidad y aparcar los egos fuera de las listas. Es lo que intentan contra reloj en la izquierda a la izquierda del PSOE, sin entender que la división resta y la unión no siempre Suma. Ocho años hace que llegaron los que querían asaltar los cielos y se aferran ahora al sillón para evitar que se los lleven los vientos de cambio.