Había olvidado el río Dniéper, aunque seguro que estaba en el temario de geografía. No poblaba mis sueños, como el Sena; ni salía en los folletos turísticos, como el Loira o el Rin; no sonaba a violines, como el Danubio, que bautizó el gran libro de Claudio Magris. Ni sugería una novela rusa, como el Volga.

Si acaso, asociaba el Dniéper a viejas historias bélicas de la Segunda Guerra Mundial. Y vivía sin saber apenas nada de él, hasta que la invasión de Ucrania por Rusia y la terrible guerra posterior lo han traído a nuestras vidas. El río Dniéper como punto clave en el mapa de Ucrania, como línea estratégica para los contendientes. Desde el principio de la guerra, romper la barrera natural que marca y, también, controlar su desembocadura ha sido una obsesión para el ejército ucraniano. Pero no es tan sencillo. El teniente general Gan Pampols lo explicaba en noviembre de 2022, tras la difusión de vídeos de combatientes ucranianos intentando cruzarlo: "Piensen en el río de España más caudaloso. Tendrá 300 metros, quizás. Ahora póngale 10 veces más y tendrán el Dniéper. Hay que pensar lo que significa mover a una unidad pequeña, ya ni siquiera hablo de un batallón".

Dejar a Ucrania sin suministro de luz y agua es la estrategia de Putin desde el principio. La destrucción de la presa de Kajovka, que la OTAN y la UE atribuyen a Rusia, es un nuevo crimen de guerra con ese objetivo.

El agua, también, como arma mortífera. Más devastación, más sufrimiento para Ucrania. Y un río al que llaman guerra. 

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