La sexta del Clínico

Un altercado en el hospital Clínico de Zaragoza destapó el entramado fraudulento que habían montado las condenadas.
La sexta del Clínico
Heraldo

Hay frases hechas: "Hay que defender la sanidad pública". Por ejemplo. Te sale solo y te limpia el aura. Hay clichés en el Estado del bienestar como los hay en el deporte ("la natación es el deporte más completo") o en la cultura ("su mejor disco es el primero").

Pero claro, no es lo mismo decirlo que ponerse a nadar. Y en casa hemos tenido que nadar unos días en la planta sexta del Clínico Lozano Blesa con satisfactorios resultados para una intervención sin excesiva gravedad, pero con la suficiente intensidad como para palpar de cerca ese mundo de la sanidad pública. En la oratoria política de las prioridades sociales, aquella que enfoca las cosas empezando por "lo que la gente quiere es…", se acostumbra a frases hechas, acaso el mayor instrumento para casi dejar de pensar lo que se dice. Rara vez se da la vida por lo que se repite, pero siempre por lo que se necesita.

En la sexta planta del Clínico hemos constatado la necesidad de un sistema sanitario público, del que cuesta imaginar la excelencia a la que sería capaz de llegar si además tuviera los recursos suficientes. Desde la amabilidad sólida pero sonriente de un cirujano, pasando por la rapidez de las enfermeras y las auxiliares, aplicando siempre la calma precisa para el enfermo y sus familiares, culminación ordinaria del antropocentrismo. "Yo soy yo y mi paracetamol de un gramo".

En una sociedad obsesionada con el derecho a exhibirse en su mejor momento, la planta de un hospital te obliga a entregar las armas del filtro de Instagram; a convivir con solidaridad y paciencia. Se llega altivo y con las prisas por salir del trauma, del espacio anómalo, comunitario, ajeno; y pronto se vive amoldado al espacio común, sin escrúpulos incluso al eco de alguna ventosidad nocturna que recorre el pasillo y a la que casi te dan ganas de responder: "¡Salud!". Es la vida, así más que nunca, desgajada de artificios, limada a la necesidad, comprensiva, limitante, entre cuidados, esperanza, decepciones y cariño. Sostenida por los protocolos más primarios sobre los que se construyó con barro; y por el buen hacer vocacional, paciente y profesional de quien convive no con la vida o la muerte (eso sería más sencillo) sino con la expectativa de tantos por seguir adelante. La vida sin clichés no se resume en una frase hecha. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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