Tercer Milenio

En colaboración con ITA

El asesinato del cardenal de Zaragoza

El asesinato del cardenal de Zaragoza
El asesinato del cardenal de Zaragoza
Lola García

En Zaragoza, la avenida de Navarra y la de Madrid se comunican por tres breves bocacalles dedicadas a sendos arzobispos: el navarro Añoa, impulsor de la Santa Capilla del Pilar; Alonso de Aragón, hijo natural de Fernando el Católico, su fiel servidor político y militar en Aragón y padre de los arzobispos Juan y Hernando; y Juan Soldevila Romero, zamorano, obispo de Tarazona por obra de León XIII, arzobispo en 1901 y creado cardenal en 1919. Murió asesinado el 4 de junio de 1923. Hace cien años.

Cuando, ante el juez, lo subían a su cuarto en el palacio arzobispal, los asistentes vieron un austero dormitorio: una cama, un lavabo, una mesa y tres sillas. Sorprendieron esos detalles, que la prensa difundió, porque muchos atribuían a Soldevila una ingente fortuna personal –no era pobre, pero tampoco riquísimo: algún administrador desleal quebrantó sus caudales– y gustos refinados y costosos.

La leyenda negra de Soldevila existía. C. Forcadell recordaba que el semanario obrero ‘Cultura y Acción’ lo definía como "financiero y político" y no faltaba a la verdad: tuvo negocios, fue senador y el mismo Alfonso XIII, a quien tenía acceso, le impuso personalmente el capelo rojo. Pero la visión detractora del arzobispo creció tras su asesinato entre quienes intentaban justificarlo: dueño, o socio, de empresas opacas, con alguna ‘liaison dangereuse’ (nunca probada), campeón de la intransigencia empresarial e incluso cómplice del ‘terrorismo de la patronal’. Acusación esta gravísima y potencialmente letal en la Zaragoza que, entre 1917 y 1921, vivió veintitrés asesinatos por ‘violencia social’.

Sus adeptos subrayaban, en cambio, su defensa, casi costiana, del regadío como método de redención agraria; el impulso a mutuas y economatos obreros; o el activismo de los laicos de la diócesis en la asistencia a los muchos trabajadores explotados.

Soldevila tenía obsesión por la función de la prensa y por la escuela; es decir, por la educación en el tradicionalismo católico, sin la cual, afirmaba, corrían peligro la fe y la paz social. No es casual que en su prelatura naciera (aún existe) Acción Social Católica, matriz de la futura CAI, que presidió Mariano de Pano. Tenía el apoyo de las fuerzas conservadoras, pero también de un catolicismo social, no reaccionario, que fue pujante en esa Zaragoza, gran bastión del sindicalismo de signo libertario y anarquista (la ecuación anarquismo=terrorismo es una simplificación poco feliz).

Fernando Crovetto publicó en 2011 un informe de Soldevila al nuncio, donde enumeraba las clases nocturnas gratuitas para 250 obreros y las diurnas para 300 de sus hijos; un censo de 600 trabajadores católicos sindicados, con acceso a medicación y a pisos en cooperativa; y un círculo obrero con 1800 socios. Insistió mucho en el deber grave de que los patronos respetasen el reposo dominical de jornaleros y obreros.

Pedro Ciria, ha escrito cómo "las trece balas que Francisco Ascaso Abadía y Rafael Torres Escartín descargaron a las afueras de Zaragoza estremecieron a la nación. Sin ellas, es imposible comprender ni la historia que estaba por venir ni la que dejaban atrás". Para Ciria, la fortuna de Soldevila era "casi tan enorme como su influencia social, económica y política en el Aragón del primer cuarto del siglo XX". En suma, ve en él al arquetipo de oligarca en esa España en la que las ciudades absorbían a una masa obrera de raíz campesina, desarraigada, analfabeta y desamparada. La que Costa había descrito en 1902, en su libro sobre oligarquía y caciquismo.

Otros, en cambio, ven en él al campeón de los católicos avanzados según la propuesta (1891) del papa León XIII en su famosa ‘Rerum novarum’ (De las cosas nuevas): "Los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría". En una pugna entonces sin posibilidad de tregua, el comunismo (marxista o anarquista) y el catolicismo se enfrentaban con dureza. Soldevila era un símbolo y, por ello, un blanco del máximo interés en la fase de lucha de clases violenta que vivía la España de entonces, agravada por la inicua sangría de la guerra en África.

Un monumento mínimo, obra de su amigo el marmolista Joaquín Beltrán (1924), marca el lugar de su muerte, fuera de la vista pública, en un colegio que fue antes convento fundado por él.

Tercer Milenio

Esta semana cumple treinta años el suplemento de divulgación científica ‘Tercer Milenio’ que coordina en Heraldo Pilar Perla; posiblemente el más premiado de España. Nació informando de algo que parecía tomado de las ideas de Soldevila: los salesianos iniciaban la enseñanza de Informática de Sistemas en La Almunia de Doña Godina, en un centro público. Era una acertada síntesis. Feliz aniversario.

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