Salamanca no es España

Salamanca no es España
Salamanca no es España
Fiorella Balladares

En un episodio de ‘Vaya semanita’, el mítico programa de humor de la ETB (la televisión pública del País Vasco), Antxon Santxez, el hijo abertzale de una familia salmantina asentada en el País Vasco, decide exportar la ‘kale borroka’ a la provincia de origen de sus padres. Una cosa normalita, lo que se ha hecho en Euskadi toda la vida.

Lanzar algún que otro cóctel Molotov, quemar algún que otro contenedor y, sobre todo, llenar las paredes de la ciudad del Tormes con pintadas que proclamen con orgullo que ‘Salamanca no es España’.

Ya al comienzo de la Transición hubo bastantes que se dieron cuenta de que la España democrática iba a ser particularmente generosa con sus hijos pródigos, con esos que se pasan el día amenazando con irse de casa mientras les sirven la mesa y les lavan la ropa. Por ello, en tierras castellanoleonesas algunos visionarios fundaron un partido nacionalista, el Pancal, que se postulaba con el lema ‘Castilla y León: once provincias, una nación’. A la hora de la verdad, casi nadie les hizo caso. De las once provincias, dos (Logroño y Santander) decidieron acceder a la autonomía en solitario y a otras dos (León y Segovia) hubo que pararlas cuando parecían dispuestas a hacer lo mismo.

Y es que en España, para ser reconocido como hijo pródigo y tener derecho a todas las ventajas que ello conlleva, debes ser capaz de acreditar una personalidad colectiva diferenciada. ¿Y cómo podía hacerlo Castilla y León, cuando su principal signo de identidad, el idioma, era compartido con el resto de España?

En este aspecto, Salamanca cuenta con una ventaja importante. Porque en la provincia (nosotros preferimos decir ‘territorio histórico’, que lo de ‘provinciano’ suena fatal) poseemos tres hablas propias, restos de una lengua ancestral e ilustrísima que fue arrinconada poco a poco por el avance imperial del castellano. Está, por una parte, la ‘palra’ del Rebollar y Peñaparda, en la zona sureste, muy cerca de la frontera con Portugal. Algo más al norte, en La Alamedilla, sobrevive la ‘fala’, que algunos, con muy mala voluntad, consideran dialecto del galaicoportugués. Por fin, en las Arribes del Duero, a orillas del embalse de Aldeadávila, se conserva aún el ‘habla riberana’. Parece claro que la normalización del uso del salmantino, la recuperación de su papel histórico de lengua de la educación y de la cultura, exigirá su unificación, pero si el gran Koldo Mitxelena (catedrático de Salamanca, por cierto) pudo unificar el euskara hace medio siglo, ¿por qué nosotros habríamos de hacerlo peor?

En Salamanca se hablan tres lenguas propias de la provincia que bien podrían ser, en esta España multinacional y posmoderna, la base de una reivindicación identitaria

En total, entre los tres dialectos sumarán unas pocas docenas de hablantes, todos ellos de edad avanzada, pero su inevitable desaparición biológica no hará sino facilitar la implantación del nuevo ‘salmantino batúa’ al que aspiramos. Porque, según muestra la experiencia nacional e internacional, cuando se hacen las cosas bien, se puede. Hace ciento cincuenta años, el hebreo era una lengua tan muerta como el latín y actualmente es el idioma habitual de relación de todos los habitantes del estado de Israel. Tampoco podemos olvidar el caso del vascuence o euskara, que muy pocos podían imaginar hace algunas décadas que hoy tendría la vitalidad y presencia pública de las que goza.

No queremos más de lo que otros ya tienen, pero tampoco aceptaremos menos. Reclamamos un bilingüismo amable, con la educación íntegramente en salmantino y todos los lugares públicos rotulados únicamente en nuestro idioma. Queremos también una financiación justa, que nos permita administrar los impuestos que se pagan en Salamanca y nos conceda una parte significativa de los que se recaudan en otros territorios. En perspectiva, aspiramos a ser ‘estado libre asociado’ y tener garantizada la bilateralidad total en nuestras relaciones con Madrid, de manera que la voz de Guijuelo, de Vitigudino y de Peñaranda de Bracamonte sea decisiva en las materias que nos afectan, que son todas.

Parece que fue Antonio Cánovas del Castillo quien dijo que eran españoles los que no podían ser otra cosa. En este espíritu, generaciones de salmantinos se han resignado a ser ciudadanos de segunda en la España multinacional y postmoderna, convencidos, como estaban, de que no tenían alternativa. Antxon Santxez, el borroka de ETB, ha venido a demostrarnos que sí que la hay.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis Mateos)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión