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Darse mus con 31

Me encanta el mus y no tengo con quién jugar
  

Cuando Claudia cocina caracoles, después de purgarlos bien, los pone a fuego muy lento en la olla para que vayan sacando los cuernos. Una vez que tienen el cuerpo fuera de la concha, sube al máximo la temperatura para que no les dé tiempo a esconderse antes de morir. No es extraño que los clientes alaben el resultado de su plato: "¡Son los caracoles mejor engañados que he comido en la vida!", le aseguró uno de los comensales la última vez que guisó estos moluscos.

Cuando la partida se le pone en contra, Silvano tiene por costumbre darse mus con 31. Incluso si lleva ‘solomillo’ (la mejor jugada: tres reyes y un as, aclaración para los no aficionados a este sedentario ‘deporte’), se arriesga a tener que tirar las cartas. Pretende así fingir que carece de buena jugada con el fin de pillar a contrapié a la pareja contrincante y ganar. Para evitar que le cacen, ni siquiera pasa la seña con un guiño al compañero. Otras veces hace al revés: aunque lleve las del ‘perete’ (4, 5, 6 y 7) y no tenga ni para sacarse una piedra, lanza un órdago a la grande con la intención de intimidar a los contrarios. Por algo el mus es de los pocos juegos, o el único, en el que se puede ganar sin llevar un buen naipe. Aunque la mayoría de las ocasiones que Silvano recurre a estas tretas ya está todo perdido: no sirven para paliar los errores cometidos previamente.

Hay asociaciones de ideas de difícil explicación. Cuando el presidente del Gobierno anunció el adelanto electoral, me vino a la cabeza el guiso de caracoles engañados con su sabrosa salsa. Y las argucias a la desesperada de los jugadores de mus para remontar la partida cuando están a punto de perderla, que a veces logran dar la vuelta al marcador. 

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