Por
  • Fernando Sanmartín

Botados y votantes

Botados y votantes
Botados y votantes
Pixabay

Los rituales nos hacen poderosos. Lo supieron los apaches, Isabel II de Inglaterra y Chiquito de la Calzada. Y unas elecciones, con su grandeza y su contrastada vulgaridad retórica, también tienen sus ritos, que se extienden a la noche electoral, donde las valoraciones oscilan entre el realismo mágico de Macondo, la resignación, la alegría de cantina y el cursillo de natación.

Pero la autoestima, para votantes y elegidos, es una victoria. Y me gusta esa palabra. Autoestima. Y he convivido con ella en un relato releído estos días, cuya autora es la periodista Elizabeth Weil, que se publicó en la revista del 'New York Times' hace varios años y que forma parte del interesante libro 'La vida toda', una espléndida antología de textos en los que no hay ficción.

Ese relato cuenta cómo atravesó Aleksander Doba el Atlántico, por tres veces, en un kayak, completamente solo, la última cuando ya había cumplido 70 años, perdiendo veinte kilos de peso en esas travesías aunque comiera mermelada de ciruela que le hacían en casa, consumiendo siete botes de protector solar en alguno de esos viajes donde la monotonía se alternaba con las tormentas feroces.

Las crónicas que hace Weil valen la pena. Y recuerdo otra suya, espléndida, de la que no recuerdo dónde la leí, que hablaba de las saltadoras de esquí.

Tras la noche electoral comienza para algunos el remo en kayak, incluso los saltos, mientras que para otros se han terminada las barritas energéticas y sus errores son el cerrajero diestro que bloquea bien las puertas. Pero la política, tras esa noche, crea sus zombis, pobrecillos.

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