Por
  • Carmen Herrando

Tecnolatría

Tecnolatría
Tecnolatría
Pixabay

Las grandes tradiciones religiosas y culturales conciben al hombre como reflejo de Dios, como fruto de la iniciativa del hacedor de cuanto existe. Esto favorece que prestemos atención a nuestros semejantes, reconociendo que toda vida humana tiene sus raíces en un mismo misterio. 

Sin embargo, parece que hoy, con la prevalencia de las máquinas y el traído y llevado transhumanismo, se tiende a lo contrario, y los seres humanos buscan asemejarse más a mecanos con funciones sofisticadas, que ellos mismos han construido, que a esa fuente trascendente de vida. Como si el ‘anthropos’ quisiera convertirse en materia o cosa, e ignorase su esencia de criatura, la que desde tiempos remotos le vienen transmitiendo sabidurías muy valiosas. ¿Dónde queda el hermoso poema que Sófocles pone en boca de Antígona, en el que la heroína se asombra de la maravilla que es el hombre, y la canta, incluso en su desgracia?

El psiquiatra austríaco Viktor Frankl, con su vivencia de prisionero en varios campos de exterminio durante el nazismo, nos dejó importantes pensamientos sobre el tesoro que todo ser humano alberga en su núcleo más íntimo: la libertad interior. Este centro es un atributo que podemos tildar de ‘sagrado’, no tanto por su vinculación con el misterio como por ser algo digno de veneración y respeto, ya que se trata de lo más humano que hay en nosotros. En el cultivo de esa libertad radica, además, la diferencia con los demás seres vivos. Y es que tenemos adentros, el centro donde se juega cada vida humana y donde, en conciencia, vamos dando a nuestro vivir sus trazos principales. Remitir a esta libertad interior es lo que Miguel de Cervantes tuvo por esencia de su vocación de escritor, pues escribía para recordar a sus lectores que tienen ánima. Pero la superficialidad que nos ahoga con sus brillos falsos no hace más que privar a las personas del tesoro de la interioridad, haciendo que olviden lo que significa ser persona: estar llamado a edificar una vida libre y abierta a los demás, a la realidad y al propio hondón interior, muestra de la dimensión espiritual que nos habita.

En nuestro mundo, llamativamente individualista, crece el fenómeno
de la ‘pérdida del yo’, identificable a la creciente
superfluidad del ser humano

En ‘Técnica y totalitarismo’, el último libro de Jordi Pigem, se nos brinda una reflexión de este tenor, que es, además, un análisis de mucha urgencia. Hannah Arendt y Tolkien, muy presentes en las páginas del libro, vieron que el peor de los males radica en convertir a los seres humanos en superfluos. La señal de que eso está sucediendo la ve Jordi Pigem precisamente en esa negación de la libertad interior a la que hoy asistimos. Se comienza ignorando la interioridad, y se acaba negando que exista. El diagnóstico del autor es que la transformación digital está provocando "la erosión de lo que han sido las reglas del juego de la existencia humana desde el principio de los tiempos", porque "desplaza las formas propiamente humanas de hablar, de hacer, de estar y de ser y las sustituye por su contrapartida robótica o tecnocrática". No podemos negar lo que, lamentablemente, es un hecho. Y Jordi Pigem nos convida a abordarlo para salvaguardar la "maravilla" que es el hombre, y tratar de evitar esa desastrosa "voluntad de autocosificación" que generan tanto el transhumanismo instalado en el ambiente como la colonización de nuestras vidas por una tecnología que nos fascina y atonta, imponiendo el dominio de los algoritmos sobre las voluntades.

En nuestro mundo, llamativamente individualista, crece el fenómeno de lo que los psiquiatras denominan "pérdida de presencia"; se refieren con ello a una programada "pérdida del yo", identificable a la creciente superfluidad del ser humano. Es así como se van formando desiertos interiores, es decir, personas vaciadas de ellas mismas, que hacen pensar en la "abolición del hombre" que tanto inquietó al profesor y escritor C. S. Lewis en los años cuarenta del siglo pasado.

Pese a todo, Jordi Pigem anima a sembrar esperanza; recuerda que el mundo humano está hecho de relaciones, e invita a trabajarlas con esmero porque en su cuidado está el remedio para evitar el culto ciego a lo tecnológico –tecnolatría– que reduce a las personas a datos, como si los seres humanos no fuésemos más que eso: meros datos.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión