La fenecida central térmica de Andorra ocupaba 469 hectáreas y tenía una potencia de 1.101 megavatios (MW).

 La mayor instalación de energía solar fotovoltaica de España, la planta Núñez de Balboa, en Extremadura, ocupa 1.000 hectáreas, más del doble que la térmica andorrana, y tiene una potencia de 500 MW, menos de la mitad que la térmica. El mayor parque eólico, Gecama, en la provincia de Cuenca, cuenta con 330 MW, menos que la tercera parte que la térmica, y sus 69 aerogeneradores se extienden por una superficie nada menos que de 8.000 hectáreas, diecisiete veces mayor que la de la térmica, si bien el espacio libre entre ellos puede, en teoría, utilizarse para actividades agropecuarias. De manera que para disponer de un megavatio de potencia eléctrica en una central de carbón se requieren 0,42 hectáreas, en una fotovoltaica, 2 hectáreas, y en una eólica, 24,2 hectáreas. Por añadidura, con la de carbón se podía producir electricidad en cualquier momento, con las otras, solo cuando hay luz o sopla el viento. La térmica consumía carbón, la eólica ocupa suelo; la térmica contaminaba la atmósfera, las llamadas renovables alteran el paisaje. Y, hoy por hoy, es inevitable. No sé si alguna vez, en el futuro, el progreso de la técnica permitirá producir grandes cantidades de energía a buen precio sin alterar ni poco ni mucho el medio ambiente. Quizás, si alguna vez se hace realidad, con la fusión atómica controlada. De momento, en cualquier caso, podemos discutir si hay que poner las aspas y las placas aquí o allí, pero si queremos energía limpia, que no acelere el cambio climático, tendremos que ocupar con ellas una buena porción de terreno. Es lo que hay.