El deseo imposible

Foto de archivo de un usuario de un teléfono móvil
El deseo imposible
Pixabay

La semana pasada conté aquí la primera parte de lo sucedido a alguien que desestimó un cambio de compañía telefónica, debido a que la nueva, por razón de la línea que llegaba a su domicilio, no podía cumplir las condiciones ofertadas. Así lo determinó un técnico de dicha operadora, que no realizó ninguna instalación.

Como quiera que no dejaban de llegarle mensajes de texto que le hacían sospechar que, pese al desistimiento referido, el proceso seguía su curso, la persona en cuestión llamó varias veces a la compañía fallida, y en todas ellas su personal confirmó "la anulación del cambio de portabilidad". "Tranquilícese, señora, no haga caso a los mensajes, el sistema los genera automáticamente", le llegaron a asegurar.

Sin embargo, a las pocas horas de tan inequívoca garantía, calcula ella que sobre las ocho de la mañana del día siguiente, sin que en esta ocasión mediara ni un solo mensaje de advertencia, se ejecutó la desconexión. Ateniéndose a una programación que, al parecer, rebasado cierto umbral, hace inútil cualquier nueva orden, implacable e inadvertidamente, el sistema informático suprimió el servicio telefónico, la televisión digital y el acceso a Internet en el hogar de nuestra protagonista.

Ella dice que nunca olvidará las primeras sensaciones que le produjo el aislamiento digital. De una parte, desprovista de un derecho básico, sintió indignación e impotencia. De otra, en contrapartida, derrengada tras la lucha, tumbada en un sofá, notó que la invadía una reconfortante paz. Y tuvo el deseo imposible de que aquel desastre se eternizara.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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