La dignidad en campaña

Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite), que denunció la inclusión de etarras en las listas electorales.
Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite), que denunció la inclusión de etarras en las listas electorales.
Oliver Duch

La campaña transcurría con promesas dignas del barón de Münchhausen, el militar alemán que contaba que había viajado a la Luna o al inframundo. 

Terry Gilliam llevó al cine esta historia, rodada en parte en Belchite. Se pasó de frenada y cosechó un fracaso en taquilla. Algo así puede suceder con las dádivas anunciadas, algunas de improbable cumplimiento o abocadas a generar deudas como las que acumuló el director.

Pero hace unos días una oscura verdad irrumpió en escena. La inclusión de 44 etarras -siete de ellos con delitos de sangre-, en las listas electorales de Bildu de varios municipios vascos sacudió el tablero. Encadenado al apoyo de Bildu, el PSOE se aferró a que la ley amparaba esa provocación. El escándalo generado -los asesinos iban a ser representantes de las viudas e hijos de las víctimas- los devolvió a la descarnada realidad. «Es legal, pero indecente», había sentenciado primero el lendakari Ukullu. Sánchez le copió la sentencia y tuvo que enderezar el rumbo. Tras las presiones, Bildu anunció que los siete etarras que apretaron el gatillo renunciarán a su acta si salen elegidos, pero quedan 37, autores de atentados sin muertos, encubridores, informantes. Con todo, ha ganado la dignidad, aquello, en palabras del filósofo Javier Gomá, inexpropiable del individuo y que se resiste a cualquier proyecto que suponga su deshumanización. Seguramente la rectificación de Bildu es pura táctica, pero es bueno que igual que ETA ha entrado en campaña de la mano de Otegi, la dignidad haya ocupado su lugar de la mano de los demócratas.

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