Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban, dos de los más firmes valores de 'Sálvame'.
Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban.
Telecinco

La vergüenza ajena puede ser un sentimiento profundo, inolvidable. Hace años coincidí en la redacción de un periódico con un tipo que quería ser un blog cultural: le gustaba el jazz o grupos que creo que ni existían, y una vez preguntó en alto en plena redacción que quién era Belén Esteban. 

Logró, por un falso exceso, ser más inculto que la ‘princesa del pueblo’; así que algunos miramos al suelo por no seguirle el juego y los que más le soportaban se lo explicaron. Aquel día, él pensó que se fue a casa con un galón, pero en realidad solo alumbró su falta de autoestima y su caparazón a un cofre donde, como todos, escondía placeres culpables que le hacían sobrevivir a semejantes gustos coñazo. No negaré que todos pasamos por un momento esnob, pero conviene superarlo pronto, al calor de la tierna juventud, para después desparramarte en la vida y controlar la presión arterial. Eso lo aprendí yo con una novia también muy de los márgenes culturales que me ponía películas de Truffaut que me afectaban como un sedante de caballos; eran los años de la veintena vigorosa donde no me dormían ni veinte somníferos, pero sí, qué cosas, el cine de Truffaut.

Dicho esnobismo está regurgitando con fuerza estos días del fin de una era en la que ‘Sálvame’ dejará de emitirse en junio para cambiar el tono de la cadena, que entiendo andará copiando el modelo de La 2 porque ya se sabe que lo privado funciona mejor que lo público; y me da que cosas así las oiremos mucho en las nuevas tardes de Telecinco. Sin embargo, por no teorizar y darle margen de confianza a esa nueva manera de hacer que se pretende, al menos sí me quiero detener en toda esa panda de personajes que están aprovechando el fin de este programa para ensalzar su buen gusto televisivo, sus fronteras, su "hasta aquí hemos llegado", su "yo nunca".

En ‘Sálvame’ se han tocado todos los límites de las pasiones humanas bajo talonario (que es otra de ellas), alimentando una televisión que a veces aportaba al alma cierto divertimento vacuo, y por disfrutarlo tampoco pasa nada. Se puede ser crítico, profundo, superficial y cotilla, y todo a la vez; en la vida lo único que importa es no conspirar para hacer daño. Guardar las sonrisas, mirar por la mirilla, es de débiles. El mejor "yo nunca" es no aceptar contenerse para agradar al resto.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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