Un año más

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Un año más
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Para que mi madre no perdiera detalle de la coronación acerqué el sofá a dos palmos de la pantalla. Son únicos estos ingleses, siguen en la Edad Media, dijo mi madre con un tono que oscilaba entre la admiración y la displicencia. Al poco rato nos aburrimos. 

Llovía en Londres. En Zaragoza brillaba el sol y decidimos salir a dar un paseo. También queríamos reservar mesa en un restaurante para el día siguiente.

Una vez cada seis años el día de la madre coincide con mi cumpleaños. Cuando era niña esa coincidencia me contrariaba. Siendo la hija mediana, entre una hermana mayor dominante y un hermano menor que continuaría el apellido, siempre me sentí necesitada de atención. No quería más regalo que ser coronada reina de la familia al menos por un día. Con los años mi percepción ha cambiado. Me ilusiona una celebración con varios protagonistas, bien sea con mi madre o con una amiga que también nació en primavera. Si la edad me ha enseñado que las penas compartidas son más llevaderas, también me ha enseñado que las alegrías compartidas se esponjan exponencialmente.

Al volver a casa había una golondrina volando tranquilamente en el comedor, por encima de la jaula del periquito que le regalé a mi madre hace unos años. Era preciosa, con su larga cola ahorquillada y su elegante plumaje metalizado. Un regalo inesperado, una alegría infantil. Abrí las ventanas y dio una vuelta de honor antes de salir hacia las alturas. "Volverán las oscuras golondrinas, pero aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas no volverán", dijo mi madre como si entonara un salmo. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Cristina Grande)

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