La marmita de las costumbres

La marmita de las costumbres
La marmita de las costumbres
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Reconoce mi amigo profesor que se encuentra sorprendido –sobre todo, preocupado– por la manera en la que llegan a cursos más o menos superiores las generaciones estudiantiles. 

Se desahoga con una descripción sucinta, en la que refiere la actitud y el comportamiento, y las llamativas faltas de respeto de los nuevos escolares. A las que procura enfrentarse con ejemplo y con paciencia; lo que también brinda singulares resultados.

Adentrarse en ese mundo obliga a profundidades, a análisis de calado. No cabe duda de que la pérdida de valores –por los que esta sociedad no siente especial aprecio– allana el terreno y conforma el caldo de cultivo por el que algunos se conducen. Y existen también escaparates que modelan formas de comportarse.

Hace tiempo que perturba el alboroto político, que aumenta en intensidad conforme se acerca la cita con las urnas. El debate y la crítica, la oferta de propuestas y los análisis atinados han dado paso a un intercambio cruzado de descalificaciones en varias bandas que llegan a bordear el insulto y el desprecio, en un escenario nada alentador. La práctica, desde luego, no invita a imitar el reflejo y es fórmula de personas aventajadas –incluso admiradas– que contribuye a confundir.

No cabe duda de que, por más que se escenifique, el territorio de lo público es reflejo de una actitud personal. Formas de ser que se muestran también en citas de entretenimiento televisivo que traspasan los límites del buen gusto, formatos de debate en los que se impone el vocerío y ejemplos de escaso valor aleccionador.

Procederes que contribuyen a empapar el alma, narcotizándola y deslizándola por vericuetos complejos. Seguramente, la dosis principal de la vacuna debería hallarse en la propia casa, el escenario que nutre de recursos el discurrir mundano, que es el de la vida. Creadora de alternativas para guiarse entre las curvas y columna que ayuda a sostener los muros de la costumbre. Porque al fin y al cabo es en esa marmita donde se arropa el ejemplo; donde se cocina la escala de los valores que señala el camino que cada uno asfalta.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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