La lucidez hídrica

El pantano de Yesa, fuente de suministro de agua de boca de Zaragoza, se encuentra por debajo del 40% de capacidad.
La lucidez hídrica
Verónica Lacasa

Lo que se relata a continuación es un ensayo sobre la falta de lucidez hídrica; esa que mantiene una sociedad que convive con la sequía meteorológica casi permanente. La acumulación de periodos secos puede llegar a ser una tragedia por sus efectos, no solamente los económicos o los ligados al abastecimiento de agua de domicilios o para el regadío. 

Detrás de los males previsibles se parapetan desidias continuadas. Tal descompostura no es todavía tema de debate serio en los parlamentos políticos, tanto del Estado como autonómicos. La ciencia meteorológica pronostica escaseces más abundantes. Y no es una profecía; son datos contrastados. La falta de agua es ya un puzle planetario plagado de dudas; algunas las tenemos que gestionar por aquí, desde el Pirineo hasta el sur de Teruel.

La sequía muestra que la sobreexplotación de las fuentes de agua sin una perspectiva ambiental no es sostenible

Todos sabemos que lo grave de la situación de las diferentes sequías es la escasez crónica de precipitaciones –un distintivo de esta España nuestra–, a la que se añade la sobreexplotación de los ríos y acuíferos. El cambio climático traerá más crisis hídricas. Las televisiones muestran imágenes hablando de la situación: sequías hidrológicas –cauces de ríos sin agua– y socioeconómicas –regadío y muchas actividades de la industria y el comercio–. Es más, ahora ya soportamos, como todos los seres vivos, sequías ‘flash’, de génesis rapidísima y efectos devastadores.

Si cada vez llueve menos y queremos más agua para más cosas, la clarividencia falla en la cultura colectiva. La demanda –acumulativa– supera a la oferta –restrictiva– año tras año. Un singular combate de los humanos sedientos y acaparadores contra la naturaleza en sentido amplio. Ni las procesiones o novenas a los dioses hacen llover. Los secanos agonizan ya en abril, y no solo en la ribera del Ebro; las vides, almendros y otras leñosas padecen un alarmante estrés hídrico. Ni con la posible lluvia bendecida, ni con la ocurrencia de más embalses y más grandes que propaga el consejero Olona se evitan las maldiciones que su falta provoca.

Las consecuencias de una mala gestión hídrica se hacen evidentes cuando la carencia de lluvias vacía los pantanos

Es un problema de percepción social: debemos adaptar nuestras demandas al agua disponible; lo contrario es una estupidez y, además, es imposible. Los pantanos están casi vacíos, porque no llueve y por gestiones dudosas. A la vez, los regantes quieren más agua y nuevos regadíos. La sombra de la escasez es cada vez más alargada; en algunas localidades los bomberos ya abastecen de agua de boca. Los parlamentos y los ayuntamientos deberían hablar racionalmente de uno de los mayores conflictos sociales de nuestro día a día. Por fin se ha reunido la Mesa de la Sequía; imaginamos que no solo habrán hablado de quienes les quitan el agua. ¿Para cuándo un Pacto Nacional por el agua, creíble y científicamente viable, que tenga el rango de variable ecosocial? Las promesas electorales intentarán contentar a todos con océanos de agua. ¡Qué difícil es refrenar el deseo de poseer!

El esperpento de Doñana denota la falta de lucidez política. Un hazmerreír hispano que viaja por todo el mundo, hasta lo recoge ‘The Washington Post’. El victimista abordaje de Doñana por el Gobierno andaluz –que ahora parece que recula un poco– es el epítome del agua etérea, fotocopiada en casi todos los parlamentos autonómicos con problemáticas ligadas a la ‘bendita agua’. Allí se discute sobre el agua infinita, de nuestra agua negada a los otros. No se habla de compartir la sequía, del agua quitada a los ríos, al resto de los seres vivos y los acuíferos; del agua la no vista porque no llueve. Todo por un puñado de votos rurales, o de dólares, tan fílmicos como mostraba la película dirigida hace 60 años por Sergio Leone. España es la segunda potencia agrícola de Europa; con sus productos exporta el agua que los hizo posible. Pero ahora no llueve. Por todo el territorio se extinguen pequeñas o medianas doñanas. Al final, la mala gestión hídrica provocará ahogos de dimensiones varias: problemas de abastecimiento urbano, caída de rentas agrarias, subida de precios de los alimentos y de productos para la agroganadería, etc. El Aragón rural y vaciado ya se encuentra en estado de prerruina, compone la cara ocultada del desarrollo (in)sostenible. Y lo escrito no quiere ser una profecía ni una amenaza. ‘Sequía somos todos’ podría ser un lema para potenciar la lucidez hídrica y aliviar un poco el fangal.

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