Por
  • María Antonia Martín Zorraquino

Una década filológica prodigiosa

Dos grandes amigos del barrio del Gancho, dos directores de la RAE: Lázaro Carreter y Manuel Alvar. Serán homenajeados por el Gobierno de Aragón.
Fernando Lázaro Carreter y Manuel Alvar
Archivo Heraldo.

En la década de los felices 20 se produjo el nacimiento de un conjunto de filólogos españoles a los que las generaciones universitarias de la segunda mitad del siglo pasado les debemos gran parte de nuestra formación (por no decir toda). Me refiero especialmente a los licenciados y doctores en Filología Románica e Hispánica.

Las figuras aludidas constituyen un nutrido grupo. No puedo nombrarlos a todos, pero pienso con especial afecto y gratitud en Antonio Llorente Maldonado de Guevara, Emilio Alarcos Llorach (ambos, salmantinos nacidos en 1922), Tomás Buesa Oliver (Jaca, 1923), Fernando Lázaro Carreter (Zaragoza, 1923), Manuel Alvar López (Benicarló, Castellón, 1923), Félix Monge Casao (Mainar, Zaragoza, 1924), Gregorio Salvador Caja (Cúllar, Granada, 1927), o Eugenio de Bustos Tovar (Almería, 1927).

Por supuesto, como aragoneses, es claro que con cuatro de ellos nos sentimos especialmente deudores. Pero todos forman parte de lo que yo llamo los jóvenes leones filólogos de la posguerra. Niños entre 14 y 9 años en 1936, destinados duramente a vivir la tragedia de la guerra civil y la sombría posguerra, sabiendo fuera del país a muchos de los grandes maestros de la Filología y la Literatura españolas (Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Pedro Salinas, Jorge Guillén…), varios de ellos en exilio definitivo. Y, sin embargo, jóvenes entusiasmados por las Humanidades, lectores apasionados, estudiantes deseosos de formarse con esfuerzo y disciplina, ávidos de aprender y de entregarse a la profesión docente de forma responsable y generosa, para dar lo mejor de sí mismos a sus futuros alumnos.

El pasado 13 de abril los medios de comunicación recordaron el centenario de Lázaro Carreter. Él, Alvar, Buesa y Monge constituyen el grupo de nuestros maestros aragoneses de la lingüística y la filología hispánicas del siglo XX. Ciertamente, tuvieron la suerte, a su vez, de contar con excepcionales mentores en el instituto y en la universidad. Alvar, Lázaro y Monge forman parte de la promoción de oro del Goya (1941), formada magistralmente por Eugenio Frutos y José Manuel Blecua en Filosofía y en Lengua y Literatura españolas. En la universidad, los cuatro fueron discípulos de Francisco Ynduráin en Zaragoza, y de Dámaso Alonso en Madrid (Lázaro y Monge), o de Ramos Loscertales y García Blanco en Salamanca (Alvar y Buesa). Pero eran años muy inciertos, de escasez en toda Europa. Por eso resulta más digna de reconocimiento su labor docente e investigadora.

Fernando Lázaro Carreter, cuyo centenario hemos conmemorado hace poco, formaba parte de una magnífica generación de filólogos que impulsaron durante la segunda mitad del siglo XX el estudio de la lengua y la literatura españolas

En el caso de Lázaro y en el de Alvar destaca su brillante trayectoria fuera de Aragón: los dos, catedráticos universitarios en Madrid y académicos de la RAE (y directores de ella) y con una obra impresionante, cuantitativa y cualitativamente. En el caso de Lázaro en teoría literaria y en lingüística española, sobre todo en la vertiente historiográfica y en la gramatical (y en la didáctica de la lengua en el bachillerato, por su convicción de la necesidad de una enseñanza adecuada para este nivel). Con su gestión en la RAE impulsó la renovación de la gramática académica. Un hito formidable. Por su parte, Alvar ha sido el maestro señero de la Dialectología y la Geografía lingüística hispánicas. Maestro en las dos orillas del español. Y en Filología Aragonesa, que le debe el primer estudio completo y riguroso sobre el aragonés y la elaboración (junto con Buesa y Llorente) del Atlas Lingüístico Etnográfico de Aragón, Navarra y Rioja.

Pero si los aragoneses somos deudores de Lázaro y Alvar, no lo somos menos de Monge y Buesa. Lingüista y teórico de la literatura, el primero, e historiador de la lengua y dialectólogo, el segundo, ambos han sido propiamente nuestros maestros. Les debemos el desarrollo de los estudios de Filología Hispánica, en su vertiente lingüística, en nuestra Universidad. Más de cincuenta promociones de filólogos han salido de ella. Gracias a su magisterio, pues, se han formado centenares de estudiantes aragoneses, que hoy son estupendos profesores en nuestros institutos (y en los de otras comunidades) y en nuestra universidad; se han desarrollado las líneas de investigación sobre lingüística general y lengua española, y sobre historia de la lengua española y dialectología aragonesa (e hispánica); y, en fin, gracias a ellos, diversas universidades españolas (en Sevilla, Valencia, Valladolid o Vigo, por ejemplo) han recibido su impronta a través de la docencia e investigación de discípulos suyos.

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