Por
  • Alejandro E. Orús

Todo es melancolía

Todo es melancolía
Todo es melancolía
Pixabay

De vez en cuando, inesperadamente, regresa algún fantasma del pasado. Ahora los espíritus de lustre suelen ser convocados a través de foros o mesas redondas que son actos públicos y respetables pero que, en cierta manera, funcionan como tableros de güija. 

Hace poco reapareció en uno de ellos Jordi Sevilla, que fue aquel ministro socialista que se hizo célebre por decirle al entonces presidente Rodríguez Zapatero, en una charla privada, que lo que le faltaba saber de economía lo podía aprender "en dos tardes". Sevilla ha desmentido la historia, aunque luego aprovechó para publicar un libro titulado ‘La economía en dos tardes’, poniendo en práctica aquella máxima virtuosa que une capitalismo y resignación y que dice que si la vida te da limones, hagas limonada.

Es sabido que en ese estado beatífico que concede pasar de la liturgia al más allá de la política se encuentran a menudo reflexiones de interés. Sevilla declaró por ejemplo ante la concurrencia que "buena parte de los problemas actuales" se explican en la escasez de vivienda pública y en el alto paro juvenil. "Mientras no se arregle eso –diagnosticó– todo lo demás es melancolía". La frase quizá posea ecos orteguianos por aquella idea de que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía, pero refleja además un desdén hacia ese sentimiento en unos tiempos que parecen definitivamente melancólicos, lo cual, dicho sea de paso, encaja muy bien con el manido envejecimiento social.

La melancolía nos invade y quienes cantaban esta semana el ‘Cara al sol’ con motivo de la reinhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera son solo el exponente más pintoresco de una tendencia muy diversa y general, que se puede rastrear fácilmente a través de medios de comunicación, novedades editoriales y producciones audiovisuales. En el fondo esto delata probablemente una gran desconfianza en el futuro y puede que también una creciente sospecha de lo baldío de algunos esfuerzos y debates en los que estamos entretenidos. Y estas vísperas electorales no pueden ser ajenas a todo ello, por supuesto. Hipócrates atribuyó la melancolía a un exceso de bilis negra, a los "miedos y desalientos". Y eso mismo podría explicar, 26 siglos más tarde, esta melancolía agravada.

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