Leo en wikipedia -todavía no tengo trato con la inteligencia artificial- que el primer sondeo fue una encuesta casera de voto local realizada por el Harrisburg Pennsylvaniana en 1824, que dio como ganador a Andrew Jackson como presidente de Estados Unidos. Y que el experimento tomó cuerpo en 1916, cuando el Literary Digest repartió millones de tarjetas postales por todo el país. Las respuestas acertaron con el ganador: Woodrow Wilson.

Las cosas, particularmente en la España de la Ley D´Hondt y sus restos, son hoy mucho más complicadas.

En muchos casos, los encuestadores encuentran a gente más reservada que esos motivados lectores que respodieron al Literary Digest. Las empresas de sondeos han de lidiar con los indecisos, que son legión, y con el voto oculto, que va cambiando de bando, y por eso se hace todavía más difícil de detectar. Para acabar de complicarlo todo, hay estimaciones que sitúan en torno a un exiguo 20% el porcentaje de votantes que nunca cambian su opción política. Y está el número de electores, nada despreciable, que decide su voto durante los siete últimos días de campaña, una parte de los cuales se cree, incluso, que la víspera de las elecciones es 'jornada de reflexión' y pueden decantar gobiernos en esas horas decisivas. Los sondeos marcan tendencias, y salvo el CIS de Tezanos, apuntan obstinadamente a una clara victoria del PP. Pero arrojan una luz más tenue sobre ese territorio de indecisos, abstencionistas e incluso 'revienta encuestas’. El suspense sobre los gobiernos se mantendrá hasta el 28/M.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Encarna Samitier)