Hoja verde

Hoja verde
Hoja verde
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Llevo horas despierta. Anoche cené demasiado y me arrepiento. En realidad no fue solo la cena, no paré de comer en todo el día, desde el vermú con unos fritos deliciosos antes de la comida, una merienda después a base de dulces caseros irresistibles que trajeron las integrantes de nuestro club de lectura ‘La Charradica’ mientras comentábamos las tragedias y miserias de las guerras a propósito de ‘Los girasoles ciegos’, que es un libro tristísimo en el que siempre triunfa la muerte, y luego un puñado de palomitas mientras veíamos la película basada en ese libro (con guion de Rafael Azcona y dirigida por José Luis Cuerda), y para terminar una cena en la que no faltaba de nada.

Estoy esperando que se haga de día para levantarme y mientras tanto hago propósito de la enmienda. El día fue maravilloso, y habría sido perfecto para mí si no me hubiese dado esa panzada de comer y beber como si no hubiese visto hoja verde, que decían en mi pueblo. Puede que el ambiente de la posguerra del que estuvimos hablando largo y tendido obrara de forma atávica en mi glotonería desmedida. Imagino que el hambre atrasada impresa en nuestros genes será la causa de que la comida y la bebida estén siempre presentes en cualquier reunión social o familiar. Al final de la película el diácono malvado se confiesa pero en realidad no se siente culpable de nada. Yo sí me siento culpable de gula y de frivolidad, que no es un pecado capital, menos mal, y de muchos otros pecados inconfesables. Tengo que imponerme una penitencia, pero no se me ocurre ninguna que pudiera cumplir con cierta seriedad.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Cristina Grande)

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