Por
  • Fernando Sanmartín

Cita en un hotel

Se conocen desde hace veinte años; quedan en un hotel.
Se conocen desde hace veinte años; quedan en un hotel.
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Quedan en un hotel cercano a la plaza de los Sitios. 

Él es arquitecto y ella tiene un negocio familiar, que heredó de su padre. La habitación siempre la reserva él. Nunca entran juntos y se ven directamente arriba. Él dice en el despacho que sale para reunirse con un cliente. Ella comenta que esa tarde va muy pronto al gimnasio. Se conocen desde hace veinte años, se atraen. Son conscientes de que hay varias formas de desnudarse. Él le cuenta lo que le alegra y le entristece. Ella le habla de su madre, de cómo está envejeciendo y de que el paso del tiempo es un saboteador. El camarero que les lleva dos cervezas, un bol de patatas fritas y dos servilletas blancas parece Warren Beatty. Tras el primer sorbo, él le anuncia que Hacienda le ha pedido papeles y que eso es peor que te persiga un búfalo. Ella, por cambiar el rumbo de la conversación, le confirma que todas las semanas recorre con varias amigas la orilla del Canal Imperial hasta llegar al Stadium Casablanca, y que hace unos días vio un balón flotando en el agua. Hablan de las próximas elecciones, de qué lejos queda el novio de Malú, Soraya Saenz de Santamaría o aquel Pedro Sánchez que conducía un Peugeot. La vida, para algunos políticos, es hoy una sala de espera. Hablan de un concierto de Bob Dylan. Él le recuerda, citando a Geoff Dyer, que la gente no va para ver a Dylan, sino para “haberlo” visto. Salen del hotel. Se han besado. Los dos tienen que ir de compras. Pero más tarde, ya en casa, mientras preparan juntos la cena de los niños, ella le pregunta cuánto ha pagado por las dos cervezas que les llevó Warren Beatty.

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