Tres jueves había

Tres jueves había
Tres jueves había
POL

Si preguntamos hoy cuáles son los tres jueves que brillan más que el Sol, encontraremos pocas respuestas acertadas. La expresión a penas se usa y ya no se entiende. Es de otra época. Ni el Jueves Santo, ni el Corpus Christi ni el día de la Ascensión forman parte de lo socialmente relevante. 

El calendario litúrgico católico ha pasado a un segundo plano y, en muchos contextos, ha desaparecido de la conciencia.

No ha hecho falta ninguna persecución para descristianizar la sociedad española

Cada vez son menos las personas capaces de responder por el origen de la Semana Santa, su significado, su fundamento, su historia. La celebración cristiana de la Pascua de Resurrección va diluyéndose como un azucarillo en un vaso de agua. No digamos si se pregunta por el conjunto del ciclo litúrgico, apenas se reconoce. Los tiempos de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua son referencias que ni siquiera saben distinguir muchos de quienes participan de las prácticas religiosas del tiempo ordinario. Es probable que siempre haya sido así, pues estos asuntos parecían reservados al clero, sacerdotes y obispos. Esa inercia institucional consolidó el clericalismo, con sus vicios, perversiones y su consecuente oposición anticlerical. La reforma de Lutero no dejó de ser una respuesta creyente contra los abusos de poder de las élites eclesiales. Y ya sabemos las consecuencias que tuvo.

Religión y poder siempre tienen elementos compartidos. Cada época y contexto cultural aportan sus matices más o menos institucionalizados, más o menos estructurados, pero siempre vinculados por la dimensión social y política en juego. Las formas de creer y de concebir lo divino y religioso conectan con las maneras de vivir esas creencias y los dogmas asociados. Esto afecta a prácticas básicas como el comer y beber o el trabajo y el descanso. Incluso nuestro calendario laboral tiene tras de sí elementos donde se muestra esta vinculación. Las economías de los países, los regímenes políticos y también las guerras tienen su correlato relacionado con este aspecto. En la sociedad española, mientras el nacionalcatolicismo fue hegemónico, las formas eran evidentes e indubitables. El monopolio eclesiástico produjo éxitos y fracasos, además de grandes enemistades y perversiones. La Iglesia se identificaba con su élite eclesial y se anulaba la visión de la asamblea donde es el pueblo creyente quien se reúne en comunidad. Hay mucho escrito sobre el tema y mucho por escribir.

Salvo en días muy concretos, como estos de Semana Santa, las formas socialmente
visibles de lo cristiano están en retroceso. Quizá es tiempo de dar razón de la propia fe

No ha hecho falta una revolución para cambiar las dinámicas sociales ni una campaña de terror y persecución para descristianizar, al menos parcialmente, la sociedad española como intentaron en la Francia de finales del XVIII. En este proceso no es fácil identificar las causas. Primero porque no hay una única manera de interpretar los acontecimientos. Segundo, porque se solapan los aspectos superficiales con otros más profundos. Es decir, las formas socialmente visibles de lo cristiano retroceden –salvo en días puntuales como este Jueves Santo o mañana con la procesión general del Santo Entierro– mientras la experiencia mística y transcendente se esconde. Tercero, porque la transmisión generacional ha entrado en una deriva difícil de sostener en esta sociedad digitalizada, llena de pantallas e hiperactiva. Cuarto, porque la propia Iglesia, pese al camino sinodal impulsado por el papa Francisco, tiene un reto eclesiológico sin resolver desde finales del siglo pasado. Quinto, porque discurre en paralelo al consumo generalizado, la ‘espectacularización’ de la vida cotidiana y la expansión de nuevos mecanismos de sacralización que adormecen y alienan, lejos de liberar y emancipar.

Ahora que los templos se vacían, ahora que la gente joven tiene otros intereses y preguntas, ahora que volvemos a recordar la increíble historia de Jesús de Nazaret torturado por Pilatos, muerto en la cruz, sepultado y resucitado, es el momento para sumar esfuerzos en "lo revolucionario de la ternura y del cariño", como se lee en la ‘Evangelii Gaudium’. Quizá es tiempo de dar razón de la propia fe sin complejos y sin miedo. Es un tesoro que se multiplica cuanto más se comparte.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión