Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Félix Teira de Belchite

Félix Teira.
Félix Teira.
Raquel Labodía

El Premio de las Letras Aragonesas se entrega cada año sin fe alguna. Con una pereza mayúscula en un acto rutinario en el que nadie parece creer.

 Es una ceremonia en dos actos: el anuncio del galardonado y la entrega, pero luego nada más. Ni una edición institucional solvente ni una cita con alumnos de las tres provincias ni con el público en sesiones de vindicación de nuestras letras, del premiado y de nuestra industria editorial. En esta edición resultó premiado un escritor muy querido y talentoso, incuestionable, un hombre que ha hecho de la literatura una forma de estar en el mundo, de ser rebelde y de comprometerse contra las injusticias: Félix Teira Cubel (Belchite, 1954).

Félix es hijo de campesino y recordaba aquí que su padre murió demasiado joven entre oliveras. En sus campos, tiene una donde solía guardar los libros para leer. Buscaba su sombra, la intimidad de la tierra de sus antepasados y allí se volcaba en los usos de la imaginación: soñaba, inventaba textos, escribía, leía. Como profesor, Félix también ha dejado una huella indeleble. Sus alumnos lo recuerdan con ternura por su sinceridad, su entereza y su sensatez; para ellos escribió varios libros de éxito. Es un radical de buenas maneras. Hace más de treinta años, tras recibir varios reveses con distintas editoriales españolas, Mario Muchnik se quedó encantado con ‘Brisa de asfalto’. Era un voz diferente: atrevida, seca, descarnada y a la par preñada de humanidad. Y desde entonces no ha parado de publicar textos personales, con su sello, con su arrebato de dolor y lucidez, y ahí están libros como ‘Gusanos de seda’, ‘La ciudad libre’, ‘La violencia de las violetas’, hasta el ‘Último sol’ o ‘El nieto de Goya’, un cuento que le ha llevado a indagar en la vida y obra del pintor, al que está a punto de dedicar una ambiciosa novela. Es el mejor embajador de Belchite: cuenta la historia del pueblo y de la ‘Pequeña rusa’ como nadie, sabe todos los escondrijos y las galerías secretas, y hasta consiguió que Joan Manuel Serrat tuviese un olivo centenario en una finca de viña.

A él, a su honestidad y a su ejemplo, no lo puede eclipsar una moción de censura de opereta ni la estudiada huida de Feijóo ni el canto a sí mismo de Pedro Sánchez ni la habitual indolencia, o pereza triste, de nuestra Consejería de Cultura con los Premios de las Letras Aragonesas y el Aragón-Goya de las Artes.

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