En sus diez años de pontificado, Jorge Bergoglio, el primer papa llegado desde fuera de Europa, ha querido subrayar una actitud de cercanía y humildad, se ha abierto a la reconsideración de cuestiones morales controvertidas y se ha esforzado por reformar las estructuras administrativas y financieras del Vaticano. 

Sus encíclicas ‘Laudato si’ y ‘Fratelli tutti’ han enlazado con algunas de las mayores inquietudes y preocupaciones del mundo actual, y ha puesto en marcha un amplio proceso participativo para debatir sobre el futuro de la Iglesia católica.

Su elección por el cónclave, el 13 de marzo de 2013, fue en sí misma un momento histórico. Era la primera vez que la Iglesia católica situaba en su cúspide a un papa procedente de un país del Sur. Tenía pleno sentido, siendo Iberoamérica el continente donde el catolicismo cuenta con más fieles. Y no cabe duda de que la experiencia de Bergoglio como sacerdote y obispo en Argentina, un país con fuertes desigualdades sociales, ha inspirado en buena medida sus actitudes como papa. Y el primer gesto fue tomar el nombre de Francisco, buscando inspiración en el santo de Asís y en su especial dedicación a los pobres. Francisco ha querido ser un papa accesible y sencillo, alejado del boato, hablando en favor de las personas más vulnerables, como los inmigrantes que se juegan la vida en el Mediterráneo. Pero su gran tarea, que inició pero dejó pendiente su antecesor, Benedicto XVI, ha sido la reforma de la Curia para hacer más transparente e íntegra la organización administrativa del Vaticano, un empeño difícil en el que la Iglesia tendrá que perseverar. Con 86 años y con un decenio de pontificado a sus espaldas, hay quien especula con una posible renuncia, pero Francisco tiene que culminar, en 2023 y 2024, el amplio proceso participativo del ‘sínodo de la sinodalidad’, en el que muchos católicos han depositado grandes expectativas.