Por
  • Isaac Tena Piazuelo

Algo huele a podrido

Algo huele a podrido
Algo huele a podrido
Pixabay

Quienes tienen por costumbre acostarse o levantarse con las noticias del día tal vez sueñan o se desayunan con las que refieren sucesos de corrupción. Especialmente la que afecta a la cosa pública. 

Aunque (sin entrar en cuestiones penales, para las que conozco magníficos especialistas) la corrupción no se cultiva solo por los políticos. Ni siquiera es necesario poner nombre al episodio más famoso de ahora mismo, sea el que sea. Ya que me atrevo a pensar que, aunque tardasen en publicarse estas líneas, habrá un corrupto de turno para protagonizar unos minutos de la actualidad.

Desde hace tiempo, algo huele a podrido en Dinamarca… Si no es la principal preocupación de los ciudadanos, sí es una amargura a la que no conseguimos acostumbrarnos. Es posible que provoque mayor interés, no porque vaya en aumento, sino porque es natural que nos impacientemos en medio de una época que –de suyo– tiene bastantes complicaciones que reclaman que nos estrechemos el cinturón. Además, hasta el aire sabe a elecciones y desde las trincheras políticas se tira con todo lo que hay, los reproches mutuos, los hechos consumados (cuando no las meras insinuaciones) son munición fácilmente disponible. Nos recuerda aquello que ponía en evidencia Tom Wolfe respecto de los que se indignan sobremanera con la intención de aparentar que son más dignos.

La aplicación rigurosa y objetiva de la ley es la principal herramienta para combatir la corrupción en la vida pública

Sin embargo, la realidad de la corrupción y su presencia regular en los medios informativos no puede llevarnos a la idea equivocada de que constituye una especie de metástasis social, o que esté enquistada en las estructuras de todos los partidos políticos. Algún comunicador norteamericano habla de ‘nihilismo irónico’: yo me aprovecho, yo defraudo, pues todos lo hacen. Ni sería verdad, ni sería justo. La honradez no suele ser motivo de noticia, pero es la regla general. Y sus excepciones, precisamente, se evidencian al existir procedimientos (incluyendo la vigilancia de los contrarios) para detectarlas. Desde el punto de vista jurídico ha llegado a aceptarse la responsabilidad penal (no solamente de los individuos) de las personas jurídicas y partidos políticos, por ejemplo.

A pesar de todo, puede que algún milorcho (qué honduras ofrecen ciertas palabras de nuestra tierra) llegue a servirse de un argumento parecido: "Vosotros os corrompéis más y mejor que nosotros". No resultaría conducta tan extravagante, se conoce un sesgo cognitivo denominado ‘asimetría actor-observador’. Que nos lleva a disculpar nuestros propios errores, como fruto de las circunstancias, mientras denunciamos la perversión intrínseca de los demás. Cuidado con la paja en el ojo ajeno.

Pero también es necesario reforzar la fibra moral
de la sociedad y que cada ciudadano se comprometa en esa lucha

Las soluciones para afrontar el problema de la corrupción radican en el rigor de la ley y en la imparcialidad de quienes la aplican. Mas, probablemente, la represión de las conductas desviadas no basta, como tampoco se combaten todas las enfermedades arrasando con antibióticos las defensas del enfermo. Me contaron una historia que podría tener, también aquí, algún provecho. Al parecer, los trenes que recorrían la Pampa argentina tenían un incómodo defecto que los ingenieros no conseguían resolver: el polvo de las llanuras entraba en los compartimentos, con la molestia comprensible. Se habían intentado, inútilmente, todo tipo de selladuras y refuerzos para mantener fuera la suciedad. Sin embargo, el remedio era otro y más sencillo, bastaba con aumentar la presión del aire en el interior de los vagones.

Por ahí podría estar la pista para combatir la corrupción, mejorando la calidad moral de nuestra sociedad y en comprometernos cada uno de nosotros para lograrlo. Podemos comenzar por lo más fácil que esté en nuestras manos.

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