Sinceridad

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Los valores de cada sociedad son, ni más ni menos, los valores de la clase dominante, de los que ostentan el poder en cada lugar y en cada época. Mirando hacia atrás, recuerdo en los años adolescentes y juveniles, que la generación ‘hippy’ de la que formaba parte, aunque yo no lo era exactamente, hacía gala de romper con los valores de sus padres a base de sinceridad. 

Esa era la palabra. Sinceridad para romper con el mundo hipócrita de sus mayores. No sé si los ‘hippies’ eran realmente sinceros, pero presumían de ello.

Las innumerables bandas ‘hippies’ de ‘folk-rock’ que copaban el mundo musical de aquella época conseguían un sonido totalmente diferente. Era la canción protesta –más o menos–, aunque también hablaba de amor, de paz, de marihuana y así. "Haz el amor y no la guerra". La costa californiana, San Francisco y la Universidad de Berkeley eran las mecas del movimiento. The mamas and the papas, The Byrds. Y los solistas Bob Dylan o Joan Baez, que a mí me cogieron ya un tanto electrónicos. Y algo más tarde, Don McLean y su ‘American pie’, más famoso por su banda sonora, censurada en la todavía España franquista por motivos pornográficos con un pitido interminable.

Pero cuando se diseccionaba el fondo del movimiento ‘hippy’, siempre aparecía la sinceridad contra la hipocresía de sus progenitores. Hay que ver lo cíclica que es la historia. Los nietos, aunque no nos demos cuenta, acaban asumiendo los valores de sus abuelos, en contra de sus padres. Es la rebeldía diferenciadora de las generaciones. Ahora mismo, quién nos iba a decir hace treinta o cuarenta años que las generaciones jóvenes (y no tanto) de hoy, pues son las que llevan la batuta del mundo de nuestros días, abogan –en lugar de por la generosidad, la mentalidad colectivista, el bien común, los que parecían los puros ideales y valores– por la competitividad, la productividad y el capitalismo más radical. Han asumido el mundo de las apariencias. Han tirado a la basura aquel libro que hizo furor, ‘Tener o ser’, de Erich Fromm.

Parodiando a Bob Dylan, los tiempos no estaban cambiando sólo entonces. Ni están cambiando sólo ahora, si bien pocas veces en la historia lo han hecho tan aceleradamente. Cambian continuamente. Y con ellos, los valores, que nos parecen mejores o peores según las orteguianas circunstancias de cada uno. La sinceridad también tiene dos caras. Para el romano Tácito, "la sinceridad y la generosidad, si no están templadas por la moderación, conducen a la ruina". Para Carlyle, "la sinceridad es la medida del mérito".

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