Subdirectora de Desarrollo Digital

Sólo era cuestión de fidelidad

Imagen de archivo de una sesión en la RAE.
Imagen de archivo de una sesión en la RAE.
RAE

Hay espacios mullidos que nos arropan, y nos hacen sentir confiados y dueños de nuestra voz. A veces no son lugares físicos. Para mí, uno de esos ámbitos es la ortografía

No quiero decir que la domine, posee recovecos, pero me parece un territorio cortés porque tiene reglas. Y cuando un entorno se ciñe a unas normas estables y a una disciplina puedes llegar a comprender cómo funciona.

Así que hace doce años sufrí un pequeño trauma. Y no he sido la única. De golpe y porrazo, la RAE decidió fulminar una regla básica de la ortografía. Eliminó la necesidad de poner tilde al adverbio sólo y a los pronombres demostrativos, salvo en los casos en que pudiera producirse ambigüedad. Ahora, ese supuesto queda a criterio del autor.

Desde entonces, nada ha sido igual para los escribidores al enfrentarse al folio en blanco. Ha habido movimientos de resistencia que aún hoy siguen activos. Muchos periodistas y escritores (Vargas Llosa, Javier Marías, Soledad Puértolas, Pérez Reverte…) se atrincheraron en la defensa de la tilde. No era una cuestión de lógica o política, era cuestión de tradición y certezas.

Algunos plumillas nos sometimos a las normas de estilo de cada medio y hubo que soportar el remordimiento de la traición. Pero en la intimidad esgrimíamos la tilde cada vez que solo quería decir solamente, y ese pequeño trazo proporcionaba la satisfacción del deber cumplido. La rebeldía también cabe en una virgulilla. Aunque en un tiempo en que escribir una palabra entera es una proeza puede resultar difícil de entender. 

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