Infancias
Infancias
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La infancia de cada uno, al menos la infancia que recordamos, es siempre única y personal, muy distinta a la de los demás. Un amigo acaba de escribir un libro conmovedor sobre la suya, que en nada se parece a la mía. 

No sólo porque yo sea casi veinte años mayor que él, sino porque sus andanzas y peripecias de chico de pueblo no son en absoluto las que yo viví en la ciudad. Y, sin embargo, qué emoción nos transmiten, qué cálida sensación de estar leyendo cosas de verdad, cosas que nos llegan al corazón, cosas sin componendas ni pespuntes, limpias como la bandeja que el monaguillo que mi amigo fue sostendría para ayudar en la comunión. Éste vivió en su infancia momentos difíciles, como cuando su madre le confesó que sus abuelos no lo eran de sangre. La madre de su madre había muerto siendo ésta muy niña y su padre la dio en adopción. Aquel mozalbete, al recibir la noticia, lejos de apesadumbrarse, corrió a casa de esos abuelos y los llamó ‘yaya’ y ‘yayo’, para que no tuvieran dudas de que siempre iban a ser sus verdaderos abuelos. O como cuando tenía que quedarse dentro del Cuatro Latas de su padre, estacionado en doble fila, mientras éste recorría los bares y bebía con los amigotes. Aunque otras veces, si había sitio para aparcar, mi amigo entraba con él y se tomaba una cocacola para hacer tiempo a que su padre se bebiera "un carajillo de ponche y una, dos o tres cervezas". Pero todo está contado sin hiel, con una luminosa aceptación de los entresijos de la vida. Mi amigo se llama Julio José Ordovás y su libro, ‘Castigado sin dibujos’, no lo olvidaréis nunca.

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