Como tantos otros humanos, miro de soslayo a los ‘días internacionales y mundiales de’, ese saco de boxeo que recibe a menudo nuestra cuota de irritación irracional. Mal; si se piensa desapasionadamente, ningún daño hace que existan, sobre todo cuando ponen el foco en un problema que halla alivio en ese día de paseo por la conciencia colectiva. Lo mismo ocurre con los dedicados a causas nobles o entidades relevantes de cualquier condición:se aplauden y se espera que los otros 364 días del año no caiga en el olvido el referente que los motiva. Otros ‘días de’ son muy tontos, como de cámara oculta, pero soy apóstol confeso y recalcitrante del valor estratégico que tiene la tontada en el día a día, así que debería aplaudir con platillos (sí, como el mono que sale de la cabeza de Homer Simpson) la jornada que se consagra el día 10 del mes próximo a la peluca;el 20 es el día internacional de la pipa,la de Balbín y Sherlock (en ese orden), porque las ídems de girasol no han alcanzado tal estrato de reconocimiento social. El 28 se honra a la tarta Selva Negra, delicia inventada en el suroeste alemán que sí merece pífanos y trompetas. 

El 4 de febrero fue el día del orgullo zombi, y el 8 se recordó globalmente el día en el que Buda alcanzó su nirvana final; cosa seria y reconfortante, aunque a los de mi quinta nos entra un escalofrío el 5 de abril, día que en 1994 marcó el final de Nirvana y de su líder Kurt Cobain. Por otro lado, hoy es el día internacional del trasplante de órganos y tejidos. Eso es muy serio, muy bonito y muy salvavidas. Si no lo son ya, háganse donantes. Y muchas gracias.