El final de la Térmica

10 meses después del derribo de las torres de refrigeración de la central, le ha tocado el turno a la chimenea.
El final de la Térmica
HA

Camino de Calanda vi por primera vez el paisaje de Andorra sin la chimenea de la térmica, volada dos días antes. En 20 segundos, con 250 kilos de explosivos, la chimenea se redujo a 25.000 toneladas de escombro. Sentí pena y enfado, como la inmensa mayoría de la gente vinculada a esta tierra. 

He escrito varios artículos para que se le perdonase la vida y se conservara como símbolo de Andorra y de la minería, del Bajo Aragón Histórico y de la provincia de Teruel.

No hubo invitados ni autoridades que asistiesen desde lugar preferente a la voladura. Sí estuvieron en la demolición de las tres torres de refrigeración. En aquella ocasión se oyeron algunos aplausos desde esa posición, cuando las torres ya estaban en el suelo. Se supone que era un aplauso a lo bien que se les da a algunos tirar y derruir. Desde lejos, la inmensa mayoría de la gente guardó un silencio abrumador, porque se cerraba una etapa de la que no querían dejar ningún recuerdo.

Esta chimenea de 343 metros –la tercera infraestructura más alta de España– era parte de nuestro patrimonio histórico industrial y debió protegerse. Ha habido peticiones colectivas e individuales para que no se tirara, pero ni las administraciones –municipal, provincial y autonómica– ni Endesa, como protagonista en la economía de la zona, han hecho nada para conservarla. La chimenea, el elemento más representativo, podía ser el recuerdo para las gentes que dependieron de la central térmica. No se entiende que el Ayuntamiento de Andorra no se haya movido para no borrar del todo lo que supuso la Central, de la que salía el 40% del producto interior bruto de la provincia de Teruel.

Como argumento se ha dicho que lo importante es la atracción de empresas y de empleo y que conservar la chimenea hubiera sido caro. Naturalmente que hay que exigir que se cumplan los compromisos adquiridos con el territorio. Pero, por otra parte, Aragón y España están sembradas de antiguas chimeneas industriales sin que se hayan planteado problemas especiales.

Suerte parecida correrá la central de Escucha, cuya restauración supera a un ayuntamiento modesto. Mejor suerte tendrá la central de Aliaga, infraestructura impresionante a pesar del deterioro. Fue adquirida por su ayuntamiento y se estudian planes para el futuro. Como dice el alcalde, "no podemos perder esta parte de nuestra historia".

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