Glotonería

Glotonería
Glotonería
Pixabay

Sobre la encimera de mármol de la cocina alineo tres novedades editoriales. Las observo con glotonería. Empiezo por las portadas, luego las contraportadas y las solapas. Examino las fotos de los autores, las comparo con fotos de sus anteriores libros. También compruebo si ha habido alguna alteración en la nota biográfica. 

Luego paso a las páginas donde sale (no siempre) quién ha diseñado la portada, el nombre de la editorial, el Depósito Legal y la fecha de publicación. Si hay agradecimientos, también los leo antes. Digamos que, como un roedor, primero devoro la capa exterior del libro. Sé que no debo engullirlo de una sentada como una muerta de hambre sin modales. Pero no siempre lo consigo.

‘Castigado sin dibujos’, de Julio José Ordovás, tiene 133 páginas. Lo saboreo con la misma delectación con que hace un año saboreaba ‘El peatón sentimental’, también publicado en Xordica Editorial. Cuando termino su lectura, lo cierro con un gesto amoroso y lo coloco junto a su hermano en mi estantería de lares protectores.

Al día siguiente empiezo con ‘Las voces de Adriana’, de Elvira Navarro, (que hoy mismo se presenta en Zaragoza). Me encanta, y sigo el mismo procedimiento. Lo acomodo después junto a su hermano ‘La isla de los conejos’. Y por último me lanzo sobre ‘Castillos de fuego’, de Ignacio Martínez de Pisón, una grandísima y proteínica novela de 700 páginas sobre la posguerra que será mi único alimento durante unos cuantos días.

En la buena literatura encuentro siempre la sustancia, la euforia creativa y la energía que muy a menudo mi espíritu reclama. 

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