La fórmula virtuosa

El centro político es una entelequia dentro de otra.
El centro político es una entelequia dentro de otra.
David Zydd / Pixabay

Puede que la antigua entelequia que divide la política entre izquierda y derecha, con origen en un conocido y fortuito hecho que data de 1789 en la Asamblea Nacional de la Francia revolucionaria, no atraviese por su mejor momento como elemento definitorio. 

O al menos hoy resulte insuficiente. Eso implica que el llamado centro político, que es una entelequia dentro de otra entelequia, sea un espacio muy volátil que depende de referencias cada vez más inciertas. En España el centro propende a la crisis, se hunde y regenera a un ritmo intenso, en una rápida secuencia de expectativas y decepciones que revela su fragilidad. Y aunque de algún modo todo eso podría aplicarse actualmente a la política y sus liderazgos en general, en el caso de las formaciones de centro el problema es más agudo y tiene peores consecuencias.

Sus características tensiones son de gran interés para la politología, a la manera de lo que suponen las fallas tectónicas para los geólogos. Es el centro el que más acusa, y donde mejor se perciben, los movimientos de placas que sacuden la política. No es casual que a la crisis de Ciudadanos se haya sumado en Aragón la del PAR, inmerso, más que en una crisis, en un lío de dimensiones extraordinarias.

El centrismo, sobre todo en su versión práctica como partido bisagra, es un complejo juego de equilibrios que a menudo comporta enormes vértigos. La experiencia del FDP alemán, el gran paradigma occidental de partido bisagra, ha demostrado que gobernar -lo ha hecho 43 años de los casi 74 desde que se fundara la república federal- es, mucho más que una estrategia coyuntural, una condición casi vital.

En el caso del PAR el funambulismo ha funcionado durante muchos años, aunque con un declive constante. Su fuerza ha pivotado sobre tres equilibrios principales: el de izquierda-derecha, propio del centrismo; el de Aragón-España, en su condición aragonesista; y el de pragmatismo-ideología como partido bisagra. Los tres admiten matices, pero solo en el último la armonía ha saltado por los aires. La clave es hasta dónde puede enajenarse el alma de un partido para subsistir mediante el ejercicio del gobierno, el punto preciso en el que el pragmatismo descubre su toxicidad. Solo ahí, en esa fórmula virtuosa, pervive el centro.

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