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  • Luisa Miñana

Hal 9000 también tenía miedo

Hal 9000 también tenía miedo
Hal 9000 también tenía miedo
Unsplash

Uno de los doce atributos que define a un ‘agente inteligente’ (o inteligencia artificial), según establecieron en 1987 Martín Fischles y Oscar Firschein, es la capacidad de percibir y modelar el mundo exterior, la cual realmente integra a los otros once atributos considerados, entre ellos el aprendizaje, plantear alternativas o entender y usar el lenguaje. 

Antes la ficción ya había parido criaturas informacionales con tales habilidades, como Hal 9000, creado por Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick en 1968, que incluso incorpora a su personalidad la duda y el miedo. Demasiado humano, quizás, para ser máquina.

La inteligencia artificial ha saltado desde las historias de ciencia-ficción a nuestra realidad cotidiana

En 2018, una inteligencia ‘tecnológico-digital’, como la denomina Fernández-Mallo en su último ensayo ‘La forma de la multitud’, constituida por un enjambre de ‘bots’ con algoritmos ensamblados, provocó un terremoto financiero, una caída gigantesca y descontrolada de las bolsas del planeta, propiciada por una ‘apasionada’ autoaceleración de tales bots, ebrios de su propia velocidad y poder de procesamiento. Como señala Mikel Cook, investigador del King’s College de Londres, las inteligencias artificiales heredan en su entrenamiento los sesgos de nuestra sociedad, así que no son tan previsibles como cabría suponer. No responden siempre de la manera que esperábamos o llegan a las conclusiones que hubiésemos estimado: los programadores establecen las fórmulas mediante las que aprenderán y con qué bases de datos se entrenarán, pero no conocen cuál será el resultado final, porque la inteligencia tecnológico-digital utiliza su memoria selectivamente, reconstruyendo y redefiniendo objetos y relaciones en función de variables latentes u ocultas, de una forma, al parecer, no muy diferente a cómo funciona nuestro cerebro humano. Que sepamos, en la Tierra, toda tecnología es humana.

Desde siempre ha preponderado el relato distópico a la hora de vaticinar nuestro futuro junto a las inteligencias artificiales. Quizás porque tememos, precisamente, esa su capacidad de aprender de nosotros. Incluso, quizás, como reflexiona la autora danesa Olga Ravn, por un cierto componente edípico en nuestra relación con ellas, que nos induce a creer que aquello que hemos creado puede destruirnos. Las inteligencias tecno-digitales nos acompañarán sin duda en el futuro. No hay marcha atrás. No deberíamos entenderlas como meras, aunque principales, interfaces con las máquinas, como señalaba que serán, y así será sin duda, Jean Nöel Barrot, ministro francés de Transición Digital, recientemente en Davos.

Ya convivimos con ella, de manera que inevitablemente tendrá que dar lugar a una serie de reflexiones que no debieran conducirnos sin más a la distopía

Sin entrar ahora en reflexiones cuasi ontológicas (a las que habrá inevitablemente que llegar no tardando mucho), las inteligencias artificiales están ya reordenando el mundo y nuestra implicación en él. De nuevo quizás, no hemos sido conscientes de la profundidad y alcance de esta revolución hasta que hemos visto aparecer en nuestro propio entorno los ya populares modelos abiertos, como los tan nombrados Chat GPT o los creadores de imágenes como Midjourney y otros. Ese es, sin quizás, el problema inmediato: que la industria sólo mira a corto plazo y va a mucha velocidad, mucha más que la legislación necesaria y nuestra capacidad de reflexiva reacción. Sucedió ya con la colonización a sangre y fuego por los mercados de la utópica internet del comienzo. Por entonces, a principios de siglo, Eugenio Tisselli, ingeniero y escritor, diseñó y puso en la red una pequeña pero hermosa herramienta algorítmica para generar y manipular poéticamente y con responsabilidad textos e imágenes, ‘motorhueso.net’. Es uno de los muchos trabajos que, en aquella época, pero también después, hasta la actualidad, se han ido construyendo en el reducto ‘artesanal’, entre otros, de la literatura electrónica. Así que no deberíamos rendirnos a la distopía sin más.

Debemos pensar y debatir desde ya. No sólo los gobiernos, no sólo las corporaciones tecnológicas. Para mal y para bien, la historia humana es la historia de nuestra tecnología. Y la tecnología, como atina a decir Remedios Zafra, es una lente que amplifica nuestra limitada visión del mundo, "sintonizando capas sorprendentes que nos costaba imaginar".

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